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La Galerna

·4. Februar 2025

La defensa y Ancelotti

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Los pitos se los lleva el viento

El Madrid, este año, ha optado por jugarse la temporada a la ruleta rusa. No cabe interpretar de otra manera la actitud impasible de la dirigencia ante la plaga de lesiones y los agujeros en la planificación de la plantilla. Se ha lesionado Rüdiger, como era de esperar vista la carga de partidos que llevaban sus maltrechas rodillas, y se rehúsa ir al mercado invernal siquiera por un mísero parche. De modo que la Liga, la Copa y la Copa de Europa se la van a jugar, en poco más de dos semanas, varios centrocampistas reubicados en la zaga, un canterano que acaba de empezar y un señor de treinta y dos años que ha regresado al tajo después de trece meses recuperándose de una grave lesión.

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La Línea Maginot fue una fortificación defensiva carísima en la que Francia, en el período de entreguerras, fio su seguridad de cara a una nueva contienda con Alemania. Iba del Mar del Norte al Mediterráneo, más o menos, y duró lo que un caramelo en la puerta de un colegio en cuanto los panzers de Hitler se pusieron en acción. La blitzkrieg la hendió como cuchillo en mantequilla. Desde el sábado, al imaginar una teórica línea defensiva del Madrid en el Etihad formada por Valverde, Asencio, Tchouaméni y Mendy, se me viene recurrentemente la Línea Maginot a la cabeza.


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Es más que probable que el campeón defienda el título frente al otro gran equipo europeo del último lustro con una zaga tan cara como floja y, sobre todo, ineficiente. El City está hecho unos zorros pero sigue teniendo un frente de ataque que mete miedo al miedo. De un febrero horribilis está claro que Ancelotti saldría sentenciado; dudo, no obstante, que el italiano no lo esté ya. La impaciencia de la afición más exigente del mundo no conoce ni de palmarés ni de cariño: lo hecho hace tan solo unos meses es un recuerdo diluido en la crueldad del presentismo absoluto con el que el madridismo lo despacha todo. Sin embargo, ¿cuánta culpa tendría Ancelotti de una debacle deportiva semejante?

La impaciencia de la afición más exigente del mundo no conoce ni de palmarés ni de cariño: lo hecho hace tan solo unos meses es un recuerdo diluido en la crueldad del presentismo absoluto con el que el madridismo lo despacha todo

Yo, la verdad, no lo tengo tan claro. La principal característica de Carletto no como entrenador, sino como mánager, es la de ser un “hombre de club”. Que en cristiano significa que tiene la mano izquierda, la inteligencia natural y la flexibilidad suficientes como para saber para quién trabaja y cómo se respira en el Madrid. La “cultura de club” del Madrid florentinista siempre ha sido la de que el entrenador no pinta nada más que cuando pierde. Entonces, es el único culpable. Como buen hombre de club, que además se las sabe todas en este negocio, Carletto se juega los cuartos con lo que considera lo mejor de lo que dispone, según los criterios de talento, experiencia y jerarquía dentro del vestuario.

Cada vez que algún exaltado le pide a Ancelotti que confíe más en “los jóvenes” recuerdo a Solari, que jugó su mano como entrenador del Madrid dándole cancha a los de abajo, y de un par de semanas como las que ahora se vienen, hace ya seis febreros, salió achicharrado de Valdebebas, finiquitado en marzo por la mano sin indulgencia del faraón.

El Madrid no tiene defensas y eso es un hecho. Tampoco, me parece, tiene equipo, este año, para ganar la Copa de Europa, ni siquiera para llegar hasta las rondas finales. No porque el tío del banquillo, como se refieren a Ancelotti reputados plumillas de la prensa tradicional, sea un piernas, sino porque no hay más cera que la que arde.

Sin embargo, el Madrid sigue siendo el Madrid. Eso implica que nada es descartable, sobre todo los milagros. El territorio emocional del Madrid es la magia y lo sobrenatural y esa es una cualidad que va del aficionado hacia el futbolista que está en el campo. Pero si el madridismo jamás estuvo preparado para los “años de transición”, eufemismos que sirven para consolarse tras reveses anímicamente intolerables, después del ciclo triunfal más importante de su historia, todavía menos. Eso, por supuesto, digo yo que lo sabrá Carletto, que aunque le parezca mentira a los tuiteros, es cualquier cosa menos tonto.

Sin embargo, el Madrid sigue siendo el Madrid. Eso implica que nada es descartable, sobre todo los milagros. El territorio emocional del Madrid es la magia y lo sobrenatural y esa es una cualidad que va del aficionado hacia el futbolista que está en el campo

A Rafael Gómez Ortega, El Divino Calvo, le recriminaban sus famosas espantás en las que le daba la espalda al toro y saltaba al callejón para ponerse a salvo si el bicho le miraba mal. Entonces, como correspondía al primer torero de arte, él contestaba que los pitos se los lleva el viento, pero las cornás se las lleva uno. Ancelotti debe pensar lo mismo.

El Madrid no ficha a nadie en invierno y menos a cualquier defensa. Va contra la política del club, que, lo cortés no quita lo valiente, está en la raíz de los grandes éxitos de la última década. Lo que pasa es que si una manzana podrida estropea todo el cesto, estos años de vaivenes oscurecen en parte lo que es la gran obra del presidente Pérez, que ya lo ha puesto al nivel de Bernabéu. Es como si Florentino, encarnando el ethos más puro del club que preside, no conciba más política deportiva que la de o César, o nada.

O puerta grande, o enfermería.

Pues, bien. El Madrid se encierra en febrero con seis pablorromeros en puntas y pretende torearlos sólo con una mano.

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