La Galerna
·16 January 2025
La Galerna
·16 January 2025
112 minutos tardó en llegar la tranquilidad a un iracundo Bernabéu que no pudo esperar semejante desenlace en el tiempo reglamentario, donde dos errores puntuales pero nefastos permitieron al Celta llevar la eliminatoria a la prórroga. Endrick y Valverde voltearon los octavos de final.
Era una noche propicia para el ruido de sables, el crujir de pipas y la música de viento en un Bernabéu encolerizado, máxime tras el meneo saudita de la farsa de Laporta que dejó al Madrid merced a su suerte, moribundo en el desierto. Noche para agarrarse bien los machos, que diría nuestro Manito Hugo Sánchez. Sobre todo, si te apellidas Tchouaméni y te llamas Aureliano. Al menos Carletto decidió que por una vez jugara en su sitio y su lugar en el eje de la defensa lo ocupara el canterano Asencio flanqueado —a estas alturas— de lo que queda de Rüdiger. A un costado, de nuevo Lucas Vázquez en entredicho, al otro, Fran García ganando un nuevo pulso a Mendy, cuya añeja infranqueable solidez defensiva hoy equivale a regatear una silla de campin. Ceballos y Modric acompañarían a Tchou en la medular para dar descanso a unos exhaustos Valverde y Bellingham y al cortocircuitado en Yeda Camavinga. Arriba, Brahim, Mbappé y Vini. Bajo los palos, Lunin y, enfrente, la celeste amenaza fantasma de la Copa, donde un nuevo traspiés podría orientar poderosos vientos huracanados a banquillo… ¿y palco?
Así se las gastan algunos.
Bajo un gélido ambiente en el Bernabéu, sólo espoleado por los silbidos cada vez que el esférico pasaba por las botas de Tchouaméni o las expeditivas entradas de un aguerrido Raúl Asencio, el Madrid compareció frío, convaleciente aún de las mil y unas noches culés de Arabia. Incluso el jugador celeste de nombre intergaláctico, Starfelt, llevó la zozobra al corazón merengue cuando su testarazo desde cerca botó mansamente en la parte superior del larguero. Los de Ancelotti, temerosos de la ira del estadio, generaban entre poco y nada, apenas dos inofensivos disparos lejanos, con Vini y Mbappé desasistidos, inoperantes. Con el Madrid en el diván, el Celta, cómodo, merodeaba de tanto en cuenta los dominios de Lunin al que tanto le da el Celta, el Barça, el City, el Bollullos del Condado o casarse en chándal. A lo tonto, casi media hora de auténtica nada —salvo soplidos y resoplidos— de un susceptible Bernabéu y una falta clamorosa en el balcón del área de esas que son amarilla y se las pitan a todos salvo a Vinícius Junior.
Poco a poco, sumido en una aparente agonía, el Madrid se batió contra su propia exasperante lentitud en la circulación de balón y, lentamente, bajo la batuta de un señor de Utrera y otro de Zadar, empezó a arrinconar a los vigueses. El Bernabéu agradeció el esfuerzo con un par de rugidos coperos mientras el pie del portero celeste evitaba que Brahim calmara las aguas del madridismo. El marcador se abriría poco después de modo extravagante. Una temeraria e inentendible pérdida en salida de balón de Vini provocó un mano a mano de Swedberg ante Lunin, que salió raudo y veloz a sus pies y propició el piscinazo del sueco entre las iracundas protestas del Celta. Insólito que no lo pitara. Nos acordamos del lesionado Iago Aspas y la de aspasvientos que habría hecho. El árbitro no picó y el VAR, que prevarica de otra manera, tampoco. Bizarro, en cualquier caso. Con penalti y expulsión se hubieran abierto las puertas del infierno blanco. Y así, entre bronca celeste, el balón llegó a Mbappé, en la izquierda, donde le gusta, y desde allí él se lo guisó y él se lo merendó para deshacerse con un velocípedo fulgurante de su marcador y destruir sin ángulo la meta del Celta. 1-0, estelar Kylian, a los 36 minutos. Por su parte, Vini, eclipsado y opacado en los primeros 45 minutos… y últimamente.
El gol templó al Madrid, que compareció en el segundo tiempo con nueva eneryía, que diría Carletto. La depresiva atonía de los primeros compases parecía un mal recuerdo. Hasta Tchouaméni, como medio centro defensivo, por momentos recordaba al futbolista por el que se peleó medio Viejo Continente. Y pronto llegó la sentencia. O eso nos pareció.
Mbappé, participativo, recortó taurino en el centro del campo y, diestro, envió en largo para Brahim. El malagueño espero el tiempo justo para servir a Vini, que con templanza traía la tranquilidad a las gradas una calma solo perturbada por un aturullamiento defensivo que casi acaba en desgracia y que salvó… Tchouaméni. Qué cosas tiene la vida.
Correspondió al error el arquero del Celta con un mal pase que dejó mano a mano a Vini ante el arco celeste. Starfelt salvó sobre la línea el cucharón con el que Vini había sorteado al portero emulando al mejor González Blanco. Instantes antes, Mbappé pudo disponer la sentencia definitiva con un testarazo fuera, forzado, pero a un metro de la portería, tras un fenomenal culebreo de Brahim y también después con disparo enroscado cerca de la escuadra. El Celta, como resistencia, ofreció un remate a bocajarro de otro potencial Ballon D´Or salido de La Masía de las Maravillas, un tal Ilaix Moriba.
El Madrid esquivaba a trompicones otro batacazo copero consecutivo, espantaba espantajos e impedía por unos días nuevos cobros de facturas de los ajustadores de cuentas de salón y a balón parado
A pesar del funesto ambiente que presidia los prolegómenos del partido, parecía que fuera a ser una noche plácida. Güler, Endrick, Camavinga y Valverde entraban al juego en lugar de Modric, Brahim, Mbappé y Ceballos, e incluso veíamos un tercer gol anulado al joven otomano tras regalo de Vinícius. Fue entonces cuando asistimos al enésimo cortocircuito de Eduardo. A los 82 minutos, un pase atrás directo al adversario dejó a Bamba solo para fusilar a Lunin. Para bailar la bamba, Camavinga. Los nervios, la angustia, demonios y fantasmas, de Arabia Saudita y allende, regresaron al unísono. Para mayor saña lo hicieron en el último minuto con un impetuoso, fogoso e imprudente penalti cometido por Asencio sobre Bamba. Pecado de juventud. Marcos Alonso empataba desde los once metros en la antesala del descuento, la prórroga y la entrada de Jude Bellingham por Fran García. En definitiva, dos errores puntuales pero funestos desembocaban en una prórroga entre el runrún del Bernabéu.
Malo para el Madrid.
Voluntarioso, pero atenazado por su mal fario e impotente ante la revigorizada defensa de los gallegos, ambos contendientes acumularon un primer tiempo extra sin ningún disparo a puerta que reseñar, apenas una cabalgada de Valverde y una internada de Camavinga que no encontraron destinatario, dentro de un once pintoresco el dispuesto a estas alturas por Ancelotti. Seguro que el viejo zorro de Reggiolo no esperaba este desaguisado. Significativo en este sentido que Rodrygo sustituyera a Vinícius para afrontar la recta final de la eliminatoria, con el patíbulo de los once metros en el horizonte. Aciago destino que, desaparecido hasta entonces, conjuró Endrick a los 107 minutos tras recibir un pase interior de Aladín Güler.
El imberbe Bobby Brown brasileiro, con su tren inferior que es como un rotor industrial, giró con violencia para golpear con mayor virulencia a la red del celta. Los fantasmas asustaban algo menos, espectros que espantaría definitivamente Valverde con otro zambombazo desde Montevideo.
4-2 a los 112 minutos y goleada que culminaban los merengues con un taconazo postrero de nuevo de Endrick, ansioso por mostrar su repertorio a la parroquia. El Madrid esquivaba a trompicones otro batacazo copero consecutivo, espantaba espantajos e impedía por unos días nuevos cobros de facturas de los ajustadores de cuentas de salón y a balón parado. Este muerto sigue vivo.
Getty Images.