La Galerna
·21 January 2025
La Galerna
·21 January 2025
Al Cholo Simeone le gusta hablar. Es normal, es argentino. Siempre está diciendo cosas. Cuando jugaba en el Sevilla dijo, por ejemplo, que sólo se iría de allí para fichar por el Madrid. Pero el Madrid, en aquella época, prefirió a otro centrocampista argentino, Fernando Redondo, que jugaba entonces en el Tenerife, y Simeone acabó fichando por el Atlético de Madrid. Son decisiones, sin duda, que determinan trayectorias, elecciones trascendentes y trascendentales. Redondo fue el regista de la Séptima y de la Octava mientras que Simeone ejerció de rottweiler de Radomir Antic y ganó un doblete. Si dentro de quinientos años sigue existiendo Internet y alguien pone en el Google de entonces Redondo, probablemente le salga como primer resultado el taconazo en Manchester. La misma búsqueda, con Simeone jugador, llenará la pantalla de imágenes del muslo de Julen Guerrero perforado con sus tacos y sangrando.
Si dentro de 500 años alguien pone en Google Redondo, probablemente le salga como primer resultado el taconazo en Manchester. La misma búsqueda, con Simeone jugador, llenará la pantalla de imágenes del muslo de Julen Guerrero perforado con sus tacos y sangrando
Son maneras de vivir, como les gusta decir a los atléticos. Cuando habla de fútbol, Simeone demuestra que es un hombre inteligente y un gran entrenador. Sin embargo, casi siempre prefiere hablar del Madrid, quizá para justificar con ello la millonada que cobra de su club desde hace casi quince años: tres lustros de grandes inversiones en fichajes y un control absoluto de la dirección técnica del tercer equipo de España y en los que sólo ha ganado ocho títulos. Por ponerlo en perspectiva, Ancelotti, del que se habla como si fuera un piernas, ha ganado quince con el Madrid, o sea, más o menos el doble, en la mitad de tiempo y cobrando, seguramente, menos de la mitad de lo que le pagan a Simeone cada año. No obstante, tampoco se debe juzgar con dureza al Cholo. Hay que tener en cuenta que en el Atlético de Madrid la opinión de los ultras influye mucho. No hay más que acordarse de lo que pasó en el último derby. Si la demagogia va de suyo en el fútbol y más con las eternas rivalidades, cuando se trata de encapuchados con libre acceso a las instalaciones del club la retórica chocarrera, más que un recurso folclórico, debe ser una cuestión de supervivencia.
Como la abrumadora mayoría de los periodistas deportivos son abiertamente atléticos, el Cholo Simeone goza de un estatus privilegiado en la opinión pública. El ser atlético debe ser un estado mental incapacitante, a juzgar por numerosos ejemplos de fanatismo en individuos aparentemente racionales que pierden la compostura y la dignidad en cuanto se les cruza el gran tiburón blanco. De otro modo no se explica la iniquidad frecuente con la que se juzga cualquier cosa que tenga que ver con el Madrid ni la sonrojante omisión de crítica o juicio desfavorable sobre el Atleti, protegido a menudo como si fuera un niño tonto.
No obstante, tampoco se debe juzgar con dureza al Cholo. Hay que tener en cuenta que en el Atlético de Madrid la opinión de los ultras influye mucho. No hay más que acordarse de lo que pasó en el último derby
El Atleti, con su entrenador a la cabeza, resulta fundamental para que el actual statu quo del fútbol español se mantenga. Es el colaboracionista por antonomasia. Simeone no es el ídolo de las masas atléticas por algo. Es verdad que bajo su mando han vuelto a ganar cosas, a llegar a finales y a ser importantes. Pero su influencia en la tribu del Manzanares va más allá, precisamente porque la encarna. Simeone conoce el percal y sabe lo que tiene que decir, y cómo, para que el foco esté siempre en el dedo y no en la Luna.
Como es canchero, conoce el lenguaje del fútbol. Los códigos. Sólo en un país como el nuestro, donde lo único que importa es la apariencia de las cosas, Simeone puede decir lo que dice. Dice, así a la manera guardiolista, o sea, veladamente, sugiriendo, a media tinta, cobardonamente, que el Madrid lleva cien años robando y no hay un periodista deportivo que le contradiga. Ni siquiera acudiendo a los factos, por eso tiene que ser Dani Ceballos el que se atreva a torearlo por chicuelinas, que para algo es de Utrera y tiene arte. Las retransmisiones deportivas y la cobertura de las ruedas de prensa son tan acríticas, tan blancas, que los plumillas más parecen a sueldo de la patronal liguera que profesionales de la pregunta, que es lo que debieran ser. Si no supiéramos que casi todos son del Atleti pensaríamos que tienen prohibido poner en tela de juicio alguna de las cosas que escuchan a diario en las zonas mixtas. Nadie cuestiona nada y el relato oficial, desde arriba del todo, baja como un torrente por los canales de comunicación hasta el aficionado, que tampoco se quiebra la cabeza.
Representa maravillosamente a un club, el de las élites de Madrid, que siempre ha estado al cobijo del poder y que sin embargo ha logrado venderse como del pueblo haciendo gala de un casticismo cutre bajo el que sólo hay rencor
A Simeone hay que recordarlo siempre lanzándose al pescuezo de un chaval de veinte años, con la final de Lisboa perdida, a que lo viera su grada haciendo muchos aspavientos, en el descuento de la prórroga, pues en ese paripé está todo lo que hay que saber del personaje. Representa maravillosamente a un club, el de las élites de Madrid, que siempre ha estado al cobijo del poder y que sin embargo ha logrado venderse como del pueblo haciendo gala de un casticismo cutre bajo el que sólo hay rencor: en los grandes temas, como la violencia en los estadios o la adulteración de la competición durante décadas, Simeone es un maestro del perfil, como El Atleti, y la idea que los mueve es que el Madrid siempre sea el culpable perfecto de los males inventados. De esa manera, los males de fondo, reales como la vida misma, permanecen a la sombra de invenciones propagandísticas de enorme éxito con la que la plebe se entretiene. De esos cien años de los que hablaba Simeone el otro día, alguien tendría que preguntarle por el proyecto teledirigido desde el Palacio Real de unir a todos los clubes de Madrid bajo el paraguas del Stadium Metropolitano, del que el Real se desmarcó, o el patronazgo del Ejército del Aire durante la postguerra, que el Madrid pagó con veinte años de sequía. Por decir un par de cosas.
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