La Galerna
·23 de diciembre de 2024
La Galerna
·23 de diciembre de 2024
Os presentamos uno de los cuentos finalistas de nuestro V Certamen de Cuentos Madridistas de Navidad. El ganador se dará a conocer mañana, día 24 de diciembre, a las 12 del mediodía.
—Abuelo, abuelo. ¿Me ayudas?
El anciano dirigió la vista hacia su nieto con ternura y se detuvo un instante en aquellos ojos relucientes y suplicantes. Ni que pudiera negarse a ellos. Le sonrió afablemente y asintió con la cabeza mientras lo acogía en sus brazos.
—Pues claro. ¿Cómo te ayudo? A ver…
El pequeño se escurrió de su abrazo y se dispuso delante de su abuelo, brazos en jarra y gesto hosco y preocupado en el rostro.
—Es que… —dijo deteniéndose como si le diera vergüenza acabar la frase—. No he escrito aún mi carta de Navidad.
—Podemos escribirla ahora si quieres —repuso tranquilamente su abuelo.
—¡Pero es que no sé qué pedir! ¡No sé qué quiero! ¡Tengo balones, videojuegos, auriculares, botas de fútbol, gafas de realidad aumentada…! ¿cómo voy a pedir algo si ya tengo lo que quiero?
Al abuelo casi le habría divertido lo alterado que estaba su nieto por tan trivial asunto si no fuera porque estaba contemplando a un niño de escasos 6 años al borde de un infarto.
—Puedes no pedir nada.
—¡Pero tengo que escribir la carta! —exclamó el pequeño, indignado como si su abuelo acabara de pronunciar una herejía.
—Ah, claro, claro. La carta —dijo fingiendo que se daba con la palma en la cabeza como si acabar de comprenderlo.
—No sé qué escribir —repitió el niño—. No sé qué pedir.
—No pasa nada, cielo —le dijo con su voz suave y tranquila—. Eso nos ha pasado a todos alguna vez.
Le dijo aquello con la seguridad del que sabe que un problema es menor cuando se trata de un problema compartido.
—¿En serio?, ¿a ti también? —preguntó con la sincera curiosidad propia de los infantes.
—Claro. Hay ocasiones en que uno no sabe lo que quiere porque no está pensando en lo que necesita para sí mismo sino para otras personas. Hace muchos años, tardé varios días en escribir mi carta por esto mismo. Había sido un año muy extraño…
—¿Te habías portado mal? —preguntó rápidamente el niño, nervioso.
—No menos que otros años —se sorprendió respondiendo de improviso su vetusto abuelo, que decidió cambiar rápidamente de tema—. Te puedo ayudar con la carta, si quieres.
Su nieto sonrió rápidamente:
—Creo que no hace falta. Me has dado una idea. Gracias, abuelo.
Y se marchó corriendo escaleras arriba, dejando a su abuelo ensimismado en sus pensamientos. Su mente comenzó a divagar en torno a los recuerdos referentes a aquel nefasto año que tan infaustas cicatrices y muescas había dejado en su corazón. De pronto, recordó algo y también él se dirigió a subir las escaleras, enfilando a continuación su despacho en el fondo del pasillo. Caminó sin prisa hacia su escritorio, abrió con llave el último cajón del mismo y se entretuvo sacando unos cuantos papeles hasta que encontró lo que buscaba. Una desgastada pieza de papel descolorida por el paso de los años y garabateada en bolígrafo de tinta azul con la que había sido su letra antes de que su mano hubiera ido perdiendo paulatinamente su antigua firmeza. Trató de rememorar sin éxito en qué momento la había escrito. Se dejó caer pesadamente en su butacón para leerla. Sonrió al leer las primeras líneas porque, efectivamente, recordaba que había sido un año muy extraño.
A la atención de los Reyes Magos:
La verdad es que no sé ni qué hago escribiendo estas palabras, pero estos últimos meses he hablado con gente muy variada y una de esas personas me ha recomendado esta chorrada como si fuera una especie de “terapia”. Que sea sincero con vosotros, aunque más bien se refiera a que sea sincero conmigo mismo. No sabría ni por dónde empezar si no fuera por la cantidad de frentes que se han abierto este año. Supongo que los sabréis bien. Los habréis leído. Todo el mundo los lee. O al menos lo que se escribe sobre ellos, aunque no haya ni media palabra cierta en lo que se escribe y se dice de mí.
No ha sido un año fácil. No es fácil cuando tras tantos años de trabajo, sacrificio y decisiones complicadas, alcanzas la que creías que era tu meta, una de las grandes ilusiones de tu vida y esta se acaba tornando en una pesadilla que amenaza con devorarte cada día. No es fácil cuando trabajas como siempre has hecho, cuando pones todo tu empeño y tu voluntad en que las cosas salgan bien y de repente estas no salen. Cuando lo que antes funcionaba ya no lo hace. Cuando lo que antes se resolvía con sencillez y naturalidad ahora desemboca en errores y frustración. No es fácil fallarse a uno mismo continuamente, pero aun así es mucho menos fácil que fallarle a los demás.
A todos aquellos que confían en ti a pesar de que tengas la sensación de que no dejas de defraudarles. Y lo peor es la condescendencia con la que todo el mundo te anima a pesar de los errores porque sabes que tras ella se esconde lo mucho que esperan de ti. Que es exactamente lo que yo espero de mí. A veces pienso que este año ha sido consecuencia de una maldición, un castigo por mis malas decisiones, por mis errores del pasado. Resulta curioso comprobar como lo que en su día parecía la decisión más adecuada, hoy, al echar la vista atrás, no puedes evitar valor como un error colosal.
Me siento como un astronauta que al volver a tierra tras haber tocado el cielo no puede quitarse el traje. Atrapado por aquello que me permitió alcanzar lo más alto pero no me deja volver. Así que si tengo que pedir algo, vosotros bien sabéis lo que es. Quiero que la nave despegue otra vez. Volver al sitio donde me sentí más vivo de nuevo y llegar más alto y lejos que antes. Quedarme en el lugar donde más brillan las estrellas. Yo seguiré trabajando para ello porque es lo único que puedo y sé hacer. A vosotros os dejo el resto.
—¿Es esa la carta que te costó escribir, abuelo?
Ni se había dado cuenta de que había dejado la puerta abierta y su nieto, que tampoco era de los que acostumbraban a llamar antes de entrar, se encontraba ya cruzando la misma dirigiéndose hacia él con su habitual curiosidad
—No, no, es una carta de amor de tu abuela.
—Ya, claro —dijo su nieto, que no se iba a dejar engañar tan fácilmente—. Déjame leerla.
—Tómala —dijo su abuelo entregándosela, sabiendo que no iba a poder leerla.
—No está en español —repuso casi al instante, indignado—. ¿Me la lees?
—¿Por qué?
—Por…¿favor? —aventuró el pequeño.
—Está bien —dijo, y acto seguido carraspeó un poco con la garganta—. Queridos reyes magos, este año me he portado muy bien…
—Déjalo, abuelo—se rindió el nieto. —Ayúdame a terminar la carta, por favor. No sé si los reyes van a entender a qué me refiero en la última parte…
Mientras le daba la mano para acompañarlo a su habitación, el niño se volvió hacia él.
—¿Te lo trajeron?
—¿El qué?—respondió el anciano, aunque creía saber a qué se refería su nieto.
—Lo que pediste ese año raro.
El hombre se detuvo en la puerta con él y, antes de apagar las luces, echó un último vistazo a la vitrina de lustrosos y relucientes trofeos que coronaba el fondo de su despacho. No los guardaba por vanidad ni por orgullo, sino más bien como un recordatorio de la vida de que el sufrimiento y los malos momentos siempre son finitos, de que aunque uno pueda pensar que está en un bucle de negatividad, siempre hay luz al final del camino y esta acaba por llegar; y, sobre todo, de que después de varias decisiones, por fin había acabado recalando en el lugar adecuado. Miró de nuevo a su nieto y Kylian sonrió.