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La Galerna

·25 de septiembre de 2024

El abuso de poder de Muñiz Ruiz

Imagen del artículo:El abuso de poder de Muñiz Ruiz

Ay, Muñiz Ruiz... Continuando la frase de anoche de Alberto Cosín, si los árbitros fueran tan valientes con sus jefes como lo son con los jugadores del Real Madrid, igual resultaría empresa factible creer en su honestidad e inocencia. Para inocencia la mía, que sueño despierto con un fútbol en el que el dedo acusador de un colegiado no señala a un jugador vestido de blanco, sino conjuntamente con el de todos sus compañeros hacia Negreira, Sánchez Arminio, Medina Cantalejo y todos los demás implicados cuando se descubre el mayor escándalo de corrupción de la historia del deporte. “La vida es sueño” escribió Calderón de la Barca. Ojalá no se hubiera equivocado.

Pero lo hizo, al igual que los colegiados españoles cada vez que arbitran al Real Madrid, si es que podemos llamar error al trabajo que ellos parecen saber perfectamente cómo están desempeñando. El bueno de nuestro Carletto, tan inocente como yo, fue a pedirle explicaciones al final del partido acerca de las numerosas tarjetas amarillas que nos mostró. El árbitro desestimó sus preguntas con un “yo hago mi trabajo”. Y es así, Carlo. Hacen su trabajo. No creo que haga falta esclarecer cuál es.


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Ayer el Real Madrid volvió a realizar un partido en el cuál realizó menos faltas que su rival y se llevó más amarillas que éste. La primera fue una verdadera declaración de intenciones y una magnífica explicación de lo que está siendo el arbitraje esta temporada (y lo que nos espera). Fede Valverde conduce el balón mientras un rival lo agarra de manera constante y le traba en repetidas ocasiones hasta que el halcón cae de bruces contra el suelo. El colegiado señala falta y nada más. El uruguayo, con toda la razón del mundo, solicita la clara tarjeta amarilla al rival y cuando el árbitro la deniega, Fede hace el esfuerzo de volverse para lanzar un gesto de desaprobación, mientras el árbitro, con una arrogancia impropia de quien se supone está impartiendo justicia le está llamando con el dedo de manera despectiva y, cuando ve el gesto de Fede, acude raudo  a él y, esta vez sí, desenfunda la amarilla con la celeridad de un pistolero de un western de Leone.

El bueno de nuestro Carletto fue a pedirle explicaciones al final del partido acerca de las numerosas tarjetas amarillas que nos mostró. El árbitro desestimó sus preguntas con un “yo hago mi trabajo”. Y es así, Carlo. Hacen su trabajo. No creo que haga falta esclarecer cuál es

Lo mismo sucedió con Vinícius ayer, o con Vinícius, Bellingham y Mbappé el pasado sábado ante el Español. De las 15 tarjetas que ha visto el conjunto blanco, 9 han sido por protestar. Especialmente sangrante fue la de Kylian en el Bernabéu el sábado, cuando una protesta mínima conllevó no sólo la amarilla sino también la reprimenda, por no decir turra, de un Munuera Montero que también hizo acopio de la misma chulería que Muñoz Ruíz anoche, mostrándole la tarjeta con un gesto despectivo. Decía Paco González que es como si un juez cuando lee dictamina la sentencia de un condenado por un delito, agrega un “toma”, al final. En realidad, lo que estamos viendo se asemeja más a un juez que en lugar de castigar al delincuente, castiga a la víctima y además se vanagloria de ello en la atónita cara de la misma.

La premisa arbitral con el Real Madrid esta temporada parece ser, a falta de aprender de manera discreta cómo prevaricar con el VAR (en el Estadio de la Cerámica comprobamos que están en ello) la de desquiciar a los jugadores blancos permitiendo a los rivales cortar el juego blanco mediante faltas sin señalarles por norma general amarillas (a veces ni falta) y, en cambio, mostrar cartulinas a la mínima oportunidad o protesta de un jugador del Real Madrid, que observa tan impotente como estupefacto cómo un equipo que apenas realiza faltas y que trata de jugar al fútbol es el más severamente castigado de toda la competición. Y eso acaba teniendo su evidente repercusión en el juego, tanto en el jugador rival, medrado en su labor defensiva sabedor de que puede valerse infinitamente de las faltas para detener el avance blanco, como en el jugador vikingo, al que estas injusticias continuas pueden desquiciar y sacar del partido o simplemente hastiar y cómo en el propio partido, disminuyendo el ritmo de juego del mismo.

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Evidentemente, el debate arbitral llevado a cabo por los voluntariosos medios de comunicación, se centrará única y exclusivamente en Endrick y en la jugada en la que debió ser expulsado. Debió ver la roja el joven carioca, sí, pero también un Mouriño que, además de merecer la tarjeta por una fuerte entrada sobre Vinícius, se pasó todo el partido realizando esto que llaman “el otro fútbol” sin balón, empujando, agarrando y pegando pequeñas patadas en los tobillos cuando el balón ni siquiera estaba cerca de su zona de influencia. De hecho, previo a la jugada de Endrick, si las repeticiones hubieran querido extenderse (no sé por qué no lo habrán hecho) habríamos visto al defensor agarrando de manera ostensible al delantero brasileño. En la jugada anterior había sucedido lo mismo hasta el punto de que Endrick cayó en el área debido al agarrón del defensor del Alavés.

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Al buen momento del equipo que pagó a Negreira durante al menos 24 años se suma la complicidad de los colegiados que inexplicablemente siguen protegiéndolos, hasta el punto de pedir a un entrenador rival que no les hagan entradas fuertes para aumentar la dificultad de conseguir una liga a la que cada vez se le pone más pinta de quimera. La grandeza de este club reside en que cuando más imposible parece un reto, más alto vuela para alcanzarlo. Pero cabría preguntarse algún día de estos el por qué de la actitud chulesca, burlesca y altanera de estos trencillas viniendo de donde vienen (caso Negreira), y por qué esta tiene como destinatario al club rival de aquel que es el culpable de que nadie pueda creer ya en el arbitraje. La actitud procede de su sensación de impunidad, sí, pero quizá esta no sea tan eterna como ellos mismos deben de pensar…

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