Agente Libre Digital
·11 de noviembre de 2024
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·11 de noviembre de 2024
Ante una ciudad exultante de energía y con una voz más reivindicadora de lo habitual, el Real Valladolid buscaba sumar tres puntos frente al Athletic Club de Bilbao en el José Zorrilla. Más de 23.000 abonados se dieron cita en el estadio con bajas expectativas y una vaga esperanza de ver un equipo distinto al de las últimas semanas. Con un halo de pesimismo alrededor y con unas noticias para nada alentadoras sobre la actitud de algunos de los jugadores mejor pagados del club, el Pucela volvió a sumar (un punto, eso sí). Y la imagen, si bien no fue todo lo distinta que muchos hubiésemos querido, fue algo mejor que la de los últimos días.
Paulo Pezzolano optó por un 5-4-1. La presencia de tres centrales trataba de poner fin a una racha de siete partidos encajando que, añadida a la escasa productividad ofensiva (de los cuatro últimos goles en liga, tres fueron de penalti), complicaba la posibilidad de salir de los puestos de descenso. Al centro del campo regresaron Stanko Juric y Kike Pérez, jugadores con mayor capacidad de robo y con posibilidad de generar situaciones al contragolpe. Oportunidades que, sobre el papel, debían llegar a través de la velocidad de Raúl Moro y Anuar y la capacidad anotadora de Mamadou Sylla.
El Real Valladolid puso en marcha el plan propuesto desde el minuto inicial. En el plano defensivo, el Pucela logró tener una mayor seguridad con la presencia de Jumah, Torres y Javi Sánchez, aunque tuvo problemas en varias situaciones para sacar el balón jugado. En su faceta ofensiva, el equipo buscó, como es habitual, el desborde de Raúl Moro para llegar a línea de fondo y poner balones al área, aunque pocos encontraron un receptor. Un remate de Jumah y otro de Lucas Rosa, ambos a pase de Moro, pudieron inquietar algo a Agirrezabala, aunque el gol no llegó.
La primera mitad se cierra con dos equipos difusos, con situaciones de riesgo para ambos pero ninguna propuesta sólida sobre la mesa. Un matiz, sin embargo, decanta la balanza, al menos a ojos del espectador. El Real Valladolid es un equipo inconsistente, inseguro, y que en ningún caso transmite la solidez de sus rivales. Es difícil apreciar una idea de juego clara. Ante esta realidad, el Athletic Club, muy descafeinado y lejos de su nivel real, se mostró más cómodo y ordenado con balón.
En la segunda mitad el equipo pareció reencontrarse con una versión algo más ofensiva y se mostró más serio. La defensa de cinco, con Lucas Rosa y Luis Pérez incansables y fuertes contra la velocidad de «los Nicos» y la fortaleza aérea de Jumah y Javi Sánchez consiguieron disminuir la sensación de peligro hasta casi el final del encuentro. Atención al matiz, «casi». Ante un Athletic somnoliento, Raúl Moro hirió una y otra vez por el lado derecho, con el mismo problema de siempre: nadie recibe sus centros laterales. Precisamente él es quien consigue rematar y anotar en uno de los primeros balones procedentes de la banda opuesta. A pesar de la mejor versión del equipo y la capacidad de frenar a un Athletic Club con más recursos y calidad durante 35 minutos, en la grada cada vez es más recurrente el «si no está Moro no hacemos nada».
Tras el gol local el Athletic busca una reacción a través de la entrada de Guruzeta, a sabiendas de su predilección por aplastar las esperanzas de los vallisoletanos. Ahora es otro ‘runrun’ el que recorre la grada «¡A que nos marca Guruzeta!». Tras diez minutos de incertidumbre, con varios cambios prácticamente imperceptibles sobre el terreno de juego y con cientos de personas abandonando el estadio, el Real Valladolid mostró una vez más al mundo sus carencias. De nuevo se volvieron a ver las diferencias entre un equipo hecho y uno sin hacer. La defensa aguantó al Athletic «casi hasta el final» y, como si la historia estuviese escrita desde antes de empezar, el Athletic demostró que hay errores que no se pueden cometer en Primera División. Y en el minuto 94, Guruzeta empata el encuentro. De pronto la solidez de la línea defensiva desaparece. El plan se desvanece. La táctica y la persistencia de los jugadores no han servido de nada. Porque, aunque haya mejoras puntuales en cada partido, este equipo tiene un problema de raíz.
Un equipo se hace y se construye. Y este Real Valladolid está mal construido. O poco hecho.