Superlider
·23 de noviembre de 2024
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El 3 de junio de 2002, en el estadio de Shizuoka, Japón, Ronaldo Nazário, conocido mundialmente como «El Fenómeno», marcó uno de los goles más recordados de su carrera. No solo porque fue un gol en la final de la Copa del Mundo, sino porque representó la resurrección de un jugador que había pasado por los momentos más oscuros de su carrera. Después de una serie de lesiones que amenazaron con arrebatarle su brillante futuro, Ronaldo dejó claro en ese instante que estaba destinado a ser una de las grandes leyendas del fútbol mundial.
Brasil y Alemania se enfrentaban en la final del Mundial de Corea y Japón 2002, un torneo en el que la Selección Brasileira había logrado superar expectativas, con una gran participación de jugadores como Rivaldo, Ronaldinho y, por supuesto, Ronaldo. Sin embargo, para «O Fenômeno», el camino hasta la final había sido todo menos fácil. Apenas unos años antes, un par de lesiones graves en las rodillas ponían en duda su continuidad en el fútbol profesional. Muchos temían que su carrera, que en su día brilló con el Barcelona, el Inter de Milán y el PSV Eindhoven, estuviera acabada.
Pero Ronaldo, con la determinación que solo los grandes poseen, se sobrepuso a la adversidad. En 2002, volvió a ser el jugador explosivo y letal que deslumbró al mundo en sus primeros años, y el Mundial de ese año sería su renacimiento. Durante el torneo, se convirtió en el máximo goleador de la Copa, con 8 goles que incluyeron desde hat-tricks hasta tiros impresionantes. Sin embargo, fue en la final cuando sus goles se volvieron realmente inolvidables.
En el minuto 79 del partido, con Brasil ganando 1-0, Ronaldo amplió la ventaja con un gol que pondría la guinda al pastel. Rivaldo, tras un tiro libre que fue desviado por un defensor alemán, hizo un centro perfecto para Ronaldo, quien, de forma precisa y a la altura de su talento, definió con calma para marcar su segundo gol en esa final y el número 8 en el torneo. Ese gol no solo selló la victoria de Brasil por 2-0, sino que representó la vuelta triunfal de un jugador que había pasado por el infierno físico y ahora estaba en la cima del fútbol mundial.
La imagen de Ronaldo levantando el trofeo de la Copa del Mundo, con una sonrisa de satisfacción y un brillo especial en sus ojos, se grabó en la memoria de todos los fanáticos del fútbol. Ese triunfo no solo significaba el quinto título mundial para Brasil, sino también la consagración definitiva de Ronaldo como uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol.
Aquel Mundial de 2002, en el que Ronaldo jugó con un hambre insaciable, será recordado como su resurgir. Su historia, marcada por las lesiones y la adversidad, dejó claro que el destino de los grandes jugadores está hecho de talento, pero también de la capacidad de superar lo que parece imposible.