THE LAST JOURNO
·11 de junio de 2019
THE LAST JOURNO
·11 de junio de 2019
Cuando David De Gea fichó por el Manchester United, muchos veían en él a un portero de 20 años donde ya había una certeza de élite con casi 100 partidos oficiales a su espalda en el Atlético de Madrid. Con los años, no sólo se ha consolidado sino que ha sido, sin duda alguna, el futbolista más regular en un tramo de la historia en el que a los red devils se les ha atragantado la leyenda. La marcha de Sir Alex Ferguson, primer valedor del español, abrió el camino. David Moyes no pudo trabajar, Ryan Giggs hizo lo suyo y hasta que Louis van Gaal no estableció ciertos patrones, el equipo no volvió a respirar. La etapa de José Mourinho, de más a menos, consolidó la importancia en el club de un futbolista homenajeado por aficionados y compañeros temporada tras temporada. Maltratado en las crónicas de quienes ven el fútbol de soslayo atentos a todo y pendientes de nada, los lazarillos de goles que escribió Gonzalo Vázquez, amenazando la titularidad universal de una portería, la española, que ha pesado como ninguna, De Gea ha sufrido los dos males endémicos de cualquier portero, sólo que en una posición hipersensible y un momento de la historia del fútbol de nuestro país que no ha acompañado. Para empezar, escaló despacio a la Selección: tardó varios años en entrar en convocatorias y cuando lo logró, enfrentó la frustración de la suplencia ante un Iker Casillas que prestaba sus últimos servicios y a quien actuaciones y resultados iban abandonando. Seis años después de su primer toque con la absoluta -cuando fue incluido en la prelista no vinculante para Sudáfrica 2010-, llegó a titular. Por entonces, la ansiedad de saberse en deuda con el puesto ya parecía condicionarle en muchas de las decisiones que tomaba en caliente y que poco o nada tenían que ver con el portero firme y regular de cada fin de semana en Manchester: despejes nerviosos, peor disciplina colectiva y lo más evidente, un empequeñecimiento de su carácter, aparentemente acotado por una línea defensiva madura, volcánica y sobria.
La tardía incorporación de De Gea a la portería de la Selección conjugó urgencia y necesidad a una expectativa de pronto desaforada, relación que De Gea no encajó como los meses posteriores a 2016 se encargaron de confirmar, empujándole a la comisión de errores groseros, inoportunos y públicos que justamente le alejaron del favor de la afición. Para entendernos: en un torneo corto, un delantero puede no ver puerta, pero un portero no puede permitirse encajar goles extraños. No hay tiempo, y el unocerismo -o la prevalencia de la pizarra-, castiga especialmente los errores de cálculo. Es el fútbol al milímetro. Por eso porteros normales como el inglés Jordan Pickford están al nivel de colosos individuales como Marc-André ter Stegen o Jan Oblak: porque matizan con una concentración y fiabilidad inalterables los errores no forzados que minimizan sus líneas. Algo que en De Gea siempre es un impredecible, y no porque no sea un futbolista dotado para su demarcación: sino porque se enfrenta a dos registros muy diferentes en dos tipos de fútbol muy distintos, cada uno de los cuales implica una flexibilidad psicológica particular. Por eso el Manchester United suspira por Harry Maguire y por eso el defensor tipo inglés -sobre todo de este tipo de pseudo líbero, figura de autoridad en la destrucción como en el Atlético de Simeone lo ha sido Diego Godín durante una década- no sale de la Premier: es su ecosistema, y su consolidación además enriquece las opciones nacionales. De Gea ha crecido futbolísticamente en ese mundo, pero cuando sale lleva a cuestas el peso de la memoria, la prisa y el amarillismo. Demasiado.
Por eso quizá la dirección técnica de la Selección ha optado por dar a Kepa Arrizabalaga la titularidad en los partidos ante Islas Feroe y Suecia de la última jornada internacional. Kepa, el portero más caro de la historia del fútbol, ha terminado su primer año en el Chelsea sin escándalos y alzando la Europa League, como se ha encargado de recordar ante la prensa el técnico interino español, Robert Moreno. Esto es simplemente una proyección del inicio de su carrera, siempre marcada por los elogios de los técnicos que observaban en él una frialdad y una resistencia al error fuera de lo común. Kepa se ha incorporado a la rutina de la Selección con naturalidad, sin el requisito de resolver un vacío histórico, menos enfocado que en su día De Gea. La atención mediática es, en todo caso, un gaje del oficio no imputable a los errores, pero sí complementaria a las consecuencias de estos. Muy pocos reclamaron al del United cuando Casillas pedía vacaciones, y tampoco ha cundido una sorpresa generalizada con la irrupción de un Kepa hierático y poco exigido que ni siquiera ha cumplido aún los 25, ayudado por esa orgánica ausencia de necesidad en una demarcación de por sí suficientemente compleja. La obligación que De Gea heredó al hacerse con la portería en 2015 ha condicionado su carrera internacional, como demuestra al otro lado la vigilancia silenciosa de Kepa, su presencia no forzada y la inalterable normalidad con que el mundo del fútbol autoriza la libertad del técnico de elegir lo que cree más alineado con el bien común. A esto ha contribuido el condicionante mencionado antes: que por delante, Kepa tiene a Ramos, capitán sin fecha de caducidad (pero en los 33), pero la imponente jerarquía defensiva también se ha flexibilizado. Luis Enrique, que ojalá pueda resolver para bien su delicada contrariedad personal, cuenta con los dos: pero su lectura del fútbol es mucho más pragmática de lo que en sus últimos años fue la de Vicente Del Bosque, y esto en última instancia parece que marcará el camino y la distancia de los porteros más dotados de España en los meses previos, nada menos, a otra Eurocopa, con contado espacio para la humanización del error y una exigencia especialísima de cara a la homogeneidad competitiva del grupo.