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La Galerna

·9 de mayo de 2025

Humo gris

Imagen del artículo:Humo gris

Días plomizos por aquí en las Américas del septentrión: lluvia y vendavales furiosos, árboles desgajados que arruinaron el tendido eléctrico y dos días de oscuridad decimonónica. Este desplome tecnológico me obligó a una extensa jornada de reflexión y de lectura (a la luz de una vela, desde luego). Tiempo para pensar en los días que ya fueron: una temporada 2024-2025 que nos deja —quiero creer que puedo contar contigo— con muchas heridas y poca renta. Es así. El deporte, sobre todo el fútbol, es un espejo de la vida, por eso es tan popular en todo el mundo, porque nos pone de cara frente a los dolores naturales de la existencia, sobre todo la injusticia y la envidia, dos aguijones que suelen perforar las pieles del madridismo con asiduidad. Cierto que estas jodiendas no son nuevas, pero no menos verdadero es que se sobrellevan con más facilidad cuando la diosa fortuna coloca sobre nuestras sienes la tan deseada corona de la victoria. Este año la muy cicatera nos ha dado calabazas.

Las expectativas de aquel ya remotísimo partido en el que se consiguió la Supercopa de Europa contra el Atalanta BC jamás fueron satisfechas. Supuse por entonces que delante de nosotros se abría un camino de prosperidad, una suave y natural continuación de las glorias más recientes, pero claramente me equivoqué. Me consuela imaginar que comparto esta desilusión con muchos más, aunque no faltan los que “a toro pasado”, como suele decirse, afirman muy campantes que ya lo veían venir: el típico caso de clarividencia retrospectiva. Pero aquí estamos todos, con las manos casi vacías y la sensación, hablo claramente en primera persona, de que se pudo haber hecho más, que la gestión fue deficiente esta vez y que los obreros del césped, que son en última instancia quienes meten o evitan los goles, han quedado a deber… y no poco.


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Pesa sobre mi estado de ánimo el peor de los agobios: la certeza de que en algún momento y por circunstancias que claramente escapan a mi conocimiento, se ha perdido el rumbo. La gestión de un equipo de fútbol competitivo es de ciclos cortos y esta clase de empresa demanda, más allá de una utilidad ascendente, la consecución de títulos deportivos. Se trata de una organización híbrida, a caballo entre la cinematografía y el atletismo. Soy madridista, en mis genes no hay cabida para la pesadumbre, por eso sé que volveremos a recuperar la dirección y lo que se conseguirá será aún más brillante de lo ya conseguido. No es un simple deseo o un exabrupto demagógico. Basta echar una simple ojeada a nuestra historia para darnos cuenta de ello, pero eso es algo que se hace poco hoy: el aficionado promedio es un hombre de las cavernas hipnotizado por la hoguera del presente. Confunde razones y caprichos.

Las expectativas de aquel ya remotísimo partido en el que se consiguió la Supercopa de Europa contra el Atalanta BC jamás fueron satisfechas

Don Carlo es un gran estratega, un entendido del fútbol como muy pocos y tiene además la apariencia de ser un buen hombre; es un tipo sentimental que no esconde las emociones y que abraza y besa a todo mundo: con eso me tiene en el bolsillo. Además, ha ganado más que nadie en el Real Madrid; ha obtenido con todo merecimiento su pedestal en el panteón merengue. La historia lo recordará cuando ni él ni nosotros nos encontremos respirando los aires de este mundo. Todo eso es verdad, como cierto es que cuatro años son muchos años para entrenar un club célebre por su natural propensión a la incandescencia. ¿Qué clase de roces existirán ahora mismo entre el entrenador y el cuerpo técnico, o entre el entrenador y la plantilla? ¿Qué ríspidas conversaciones se habrán realizado ya entre don Florentino Pérez y Ancelotti? ¿De qué tamaño será la presión cotidiana que los representantes de jugadores realizan día sí y día también a estas alturas de la temporada? Claramente no lo sé, ni tú tampoco, pero no es necesario ser un genio para conjeturar que estos tejemanejes suponen no solo el advenimiento del fin del presente curso, sino una transición de gestión en toda regla. Una de las ventajas más importantes de la verticalidad del poder en la actual junta es la consistencia y la reducción de turbulencias administrativas. Vamos de gane.

Por otra parte, los medios de comunicación (y la casta parasitaria de Youtube) afirman que Xabi Alonso vendrá a hacerse con los mandos de la nave. Nada se puede decir al respecto; si viene, ya se verá cuánto durará la “luna de miel”, si es que la hay. Esos mismos que hoy demandan con ademanes histriónicos su advenimiento serán los que pedirán a las primeras de cambio su cabeza cuando las cosas se comiencen a descontrolar, que va a suceder. En el Real Madrid los buenos, los auténticamente buenos nunca son los que están. Por alguna razón, ya se sabe, el talento nos esquiva siempre, o al menos eso dicen los comentadores futbolísticos, siempre dispuestos a creer que un brote verde es un bosque si este ocurre en la parcela de nuestros deshonestos y criminales adversarios.

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Queda lo que queda de esta liga adulterada, incluyendo un “clásico” en Barcelona. Son un equipo al que se le puede meter mano, incluso cuando somos ahora mismo un ejército de guerreros con cabestrillos y en muletas, pero ya lo sabemos, las cartas se encuentran marcadas desde el primer día. Toca salir a boxear nuevamente con una mano atada a la espalda y gas pimienta en los ojos. No sé cuál será el resultado, no me preocupa demasiado, naturalmente. Todo entusiasmo deportivo pierde su sentido más profundo cuando se interpone la mano negra, el contubernio y la fullería de los mafiosos de siempre. El antimadridismo celebra, como resulta obvio, pero yo no les deseo ningún mal, no puedo; y no porque me considere paradigma de caridad cristiana, sino por un asunto de la más estricta lógica: es imposible quitarle nada a quien ya lo ha perdido todo. Me enternece más bien verlos ahí siempre, como perrillos callejeros, haciendo pipí al pie de las estatuas o aullando sus miserias a las puertas de la gloria denegada.

Mientras tanto, la chimenea del Santiago Bernabéu sigue expulsando fumarolas grises. Los aficionados esperamos con fe y confianza en que pronto se echen las campanas al vuelo y las volutas de ese humo sean blanquísimas, tan blancas como las nuevas y gloriosas páginas que aún quedan por escribirse. Ahí estaremos, ahí estaremos todos siempre hasta el final, como tú y como aquel, como un yo plural, porque siempre seremos uno al amparo de una bandera muy limpia, muy blanca y que, sobre todo, nunca empaña.

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