REVISTA PANENKA
·2 de febrero de 2023
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·2 de febrero de 2023
Decidir quien tira las faltas en un equipo se rige por la ley de la Selva. Un funcionamiento social en ausencia de toda regla donde se impone la tiranía de los más fuertes. La ley del más duro, quien predomina sobre los demás. Es habitual la formación de un batiburrillo de personas vestidas del mismo color alrededor de una pelota plantada en el suelo, recientemente rodeada con un spray, que precede al lanzamiento de un tiro libre. Un cónclave a boca tapada que determina quién es el elegido, por acuerdo entre partes o autoimposición en los casos más autócratas. “Bellum omnium contra omnes”. “La guerra de todos contra todos”, apostilló Thomas Hobbes. Pero en la vida, también hay verdades consideradas universales, sin derecho a réplica: como que el día en que le dices a tu abuela que no tienes hambre te prepara un banquete, que todo el mundo quiere a Iniesta, que Piqué se lleva mejor con Ibai que con Shakira, que Michael Jackson es el Rey del Pop, que Daddy Yankee es el padre del reguetón y que Juninho Pernambucano es el mejor lanzador de faltas de la historia.
Los datos lo avalan. Y en Lyon lo saben. 77 goles de libre directo anotó el brasileño en su carrera. Nadie ha marcado más que él. El OL jamás perdió un partido el día que Juninho marcó de tiro libre. El escenario, la barrera, o el portero devenían en vainas triviales. Cuando el árbitro señalaba una falta en los aledaños del área y Pernambucano se preparaba, el estadio de Gerland se congregaba para cantar una canción a modo de ritual con la melodía de Live is life. Una ceremonia que avecinaba tormenta. Tan invasiva que atrincheraba rivales para que la bala no perforara la red, pero que solía terminar con el lamento de haber cometido la infracción que iniciaba la liturgia. Momentos en los que dejar pasar al rival convenía más que pararlo con falta.
Para analizar la especialidad del oriundo de Pernambuco, se localizó un patrón invariable en la sucesión de sus movimientos a la hora de patear un tiro libre. Un estudio arduo, probado por muchos e imitado por pocos, donde un cúmulo de detalles malinterpretados conducen al diagnóstico equivocado. Tres metros de carrera, partía con la pierna derecha y aceleraba con tres cortas zancadas. Y una última, más extensa, para situar su pie de apoyo en paralelo a la pelota, mientras daba equilibrio a su cuerpo estirando su brazo izquierdo. Abría la cadera y cargaba su diestra anunciando la llegada del gesto terminal, solo efectivo si has realizado el procedimiento correctamente, como en un problema matemático. Desplegaba la pierna y sus prodigiosos cuádriceps vertían toda su rabia en el esférico. El ingrediente secreto: nadie más que él sabía donde se dirigía ese maldito balón con venenosas intenciones.
El lanzamiento se transformaba en una bola de ‘nudillos’, el pitcheo más cautivador del béisbol. Tirado sin movimiento giratorio, la bola se puede desplazar en cualquier dirección, una vez sale de la mano del pitcher Pernambucano. Un disparo tan bello como impredecible. Folha seca. Los tiros libres de Juninho deberían juntarlos en un vídeo para acompañar El Lago de los Cisnes de Tchaikovsky. Hay un momento de la parábola en la que el balón se encuentra con la luna y forma un eclipse que ciega a los porteros, que pierden el control, asumen que están perdidos y se resignan a vencerse a un lado por inercia. Oliver Khan, Casillas y Victor Valdés seguro que se acuerdan.
Es el mejor lanzador de faltas de la historia. Los datos lo avalan. Y en Lyon lo saben. 77 goles de libre directo anotó el brasileño en su carrera. Nadie ha marcado más que él. El OL jamás perdió un partido el día que Juninho marcó de tiro libre
Dejando a un lado su expresión más prodigiosa, Juninho Pernambucano es uno de los mayores exponentes del último ciclo dominante del fútbol francés, previa llegada de los petrodólares de Nasser Al-Khelaïfi, que han consolidado, sin aparente fecha de caducidad, la supremacía del PSG. El Olympique de Lyon de la primera mitad del siglo XXI era un conglomerado de jugadores míticos que, desde Malouda a Govou, sin olvidar a leyendas como Abidal y Benzema, pasaron por aquel equipo que ganó siete Ligue 1 consecutivas. Un Lyon que reinaba en Francia y batallaba en Europa. “La bestia negra del Real Madrid”, se le llegó a considerar en España tras toparse varias veces con los blancos en octavos de la Champions League.
Y Juninho fue decisivo, pese a que muchos mitómanos blasfemen diciendo que solo chutaba faltas. Algo similar ocurría con Beckham. Era muy hábil en la creación de juego ofensivo, sobre todo cuando pisaba zona de tres cuartos. A su centenar de goles con el Lyon, le acompaña otro igual de asistencias en su trayectoria. Una de las artes más infravaloradas del fútbol. Pernambucano era ese futbolista que martillea el clavo donde otros cuelgan el cuadro. Sin su escarpia no había museo. Su sola presencia intimidaba a los rivales por su carácter ‘brazuca’, lucidor de una compostura serena bajo presión y un liderazgo demostradamente innato.
Juninho entra en ese selecto club de jugadores que alguna vez han ocupado una caratula del videojuego FIFA. En 2007, con Ronaldinho prime a su lado. Para que nos entendamos, tienen un estatus que, en la pirámide social, se encuentra justo por encima de aquellos que han sido portada en un álbum de cromos. La cara visible del mejor Lyon de la historia. La nouvelle cuisine lionesa hecha fútbol. Un recuerdo de la infancia, esa mítica equipación fosforescente, el ‘8’ a la espalda, la pelota estrellada, los martes y miércoles a las 20:45h y la mejor canción de la historia de este deporte antes de salir a jugar. Ars gratia artis, Juninho Pernambucano.
Fotografía de Getty Images.