REVISTA PANENKA
·16 de mayo de 2023
REVISTA PANENKA
·16 de mayo de 2023
Siempre fui de esos chavales raros que disfrutaban yendo al colegio. Quizás no fui consciente en su momento, pero uno siempre tiende a romantizar el pasado. Ese profesor enrollado que se aferraba a una juventud forzada, amistades sempiternas que nacieron cambiando el cromo de Munitis, la compañera de pupitre que se convertía en la principal motivación de asistencia, terminaba siendo tu primer amor y, por consiguiente, tu primer desamor, volver sudado a clase tras emular una final del Mundial en el patio con una pelota de papel de aluminio. Aquellos años locos, que definiría El Canto del Loco. Indelebles recuerdos. Aunque los exámenes intentaban empañar cada capítulo de tu particular Show de Truman. Siempre se han necesitado villanos para crear grandes historias. Preguntas con veneno que, cuando creías salvadas, aún tenían algo que decirte. Justifique su respuesta con un ejemplo. “¡Venga ya!”, pensaba, cándido de mí. La inocencia no es pecado cuando eres un chaval y de nada sirven teorías vacías si no las acompaña un caso práctico.
El deporte ha sido un escenario perfecto ab initio para dar vida a ciertas doctrinas. Hace más de 24 siglos que el filósofo Diógenes de Sínope, tras las críticas recibidas por querer aprender solfeo a una muy avanzada edad, formuló por vez primera el proverbial aforismo “más vale tarde que nunca”. Tras más de dos mil años y varias pandemias, la historia de Junior Messias ejemplifica a la perfección este refrán en el terreno que nos atañe: el fútbol. ¿Cómo pasó este brasileño de repartir frigoríficos con 21 años a debutar en la élite con 29 y jugar unas semifinales de Champions con 31?
Nacido en Belo Horizonte, Junior Messias combinó su formación balompédica entre la playa y la cantera del Cruzeiro. El fútbol le encantaba. La fiesta, todavía más. Tanto, que le terminó comiendo terreno a su talento al más puro estilo Pac-Man. Con 20 años, estancado en divisiones amateurs, un grave accidente de coche estuvo a punto de costarle la vida. Tras reventar el alcoholímetro, ser rescatado del hoyo al que había acompañado a su coche y pasar unos días en el hospital, decidió hacer un reset mental y viajar a Italia, donde vivía su hermano, y buscar otro hoyo: el de abrirse paso en el mundo del fútbol. Ni una gota de alcohol en sangre ha experimentado su cuerpo desde aquel día, ha llegado a confesar.
Nacido en Belo Horizonte, Junior Messias combinó su formación balompédica entre la playa y la cantera del Cruzeiro. El fútbol le encantaba. La fiesta, todavía más. Tanto, que le terminó comiendo terreno a su talento al más puro estilo Pac-Man
Empezó a patear el balón de manera amateur en las filas del Sport Warique, un equipo de peruanos afincados en Turín. Sus destacadas actuaciones llamaron la atención del Fossano, pero no tanto como para ofrecerle un salario competente que le permitiera abandonar su trabajo de transportista de electrodomésticos. Ora un gol, ora una lavadora. Así era su vida. Pero no se quejaba, todo era mejor que lo vivido en Brasil. En una de sus galácticas ‘pachangas’, el antiguo defensor del Torino, Ezio Rossi, quien se encontraba en la grada, divisó un gran potencial en las botas de Junior y se lo ofreció a varios clubes humildes de la zona. Gracias a Dios, pero sobre todo a Ezio, en 2015 el Casale le hizo un contrato para jugar en la quinta división italiana. La rompió. 21 goles en 32 encuentros y un meteórico ascenso a la Serie D.
Pasó por el Chieri, en cuarta. Más de lo mismo: goles y goles como si la portería contraria fuese un buffet libre, un ataque sin piedad. Se fue al Gozzano a los 25 años, con el que ascendió a la Serie C. Pese a un repentino bajón en sus estadísticas anotadoras, el Crotone, de la segunda división de Italia, lo contrató. Por segunda vez, fue héroe de un ascenso. Antes de profundizar de lleno en la crisis de los 30, Junior Messias se convirtió en futbolista profesional. A algunos les parecerá tarde. Puede que a esos que no llegaron nunca. Su idilio en la máxima categoría fue breve, pues el ‘Rossoblu’ es un equipo ascensor, y tal como subió, bajó.
Junior Messias trabajó, sacrificó amigos y familia, no se rindió y consiguió aquello en lo que solo confiaba su abuela
Indispuesto a frenar la ascendente proyección del brasileño, el Milán tocó su ventana en el deadline del mercado veraniego del 2021. ¡Como para decirle que no! Tras deambular por el infrafútbol italiano durante una década, el sueño por el que escapó de Belo Horizonte en busca de una vida mejor había superado -con creces- la más optimista de las expectativas. Todo era idílico, hasta su primer gol. Fue en Champions, sobre la bocina y a domicilio frente a un claramente favorito Atlético de Madrid. Hay más. Ese gol le sirvió al segundo equipo más laureado de Europa para reencontrarse con la victoria en dicha competición tras ocho años de sequía. Un cohete directo a la historia.
Una temporada más tarde, el mismo tipo que malvivía en Brasil a la edad de Gavi, se mudó a Italia sin garantía de nada con la edad de Musiala, dejó su trabajó cargando electrodomésticos a la de Oshimen y debutó como profesional con los años de Harry Kane, disputó, la semana de su 31 aniversario, unas semifinales de Champions, en San Siro, frente al Inter de Milán, ganándose la aureola de grande. Junior Messias trabajó, sacrificó amigos y familia, no se rindió y consiguió aquello en lo que solo confiaba su abuela.
“El goteo del agua hace un hueco, no por la fuerza, sino por la persistencia”, regaló Ovidio en su poemario.
Fotografía de Getty Images.
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