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La Galerna

·12 de febrero de 2025

La espinillera de Dios

Imagen del artículo:La espinillera de Dios

En las pizarras del fútbol quien dicta la clase (ya sea Dios o quien corresponda) escribe a veces derecho con renglones torcidos. Esto es algo que los panenkitas no han calculado aún y, en consecuencia, se quedan en ocasiones cortos en el análisis. A lo mejor lo que les pasa, sencillamente, es que creen ser ellos los que emborronan el encerado.

El Madrid ayer jugó maravillosamente durante gran parte del partido, pero la ortodoxia (los renglones rectos) no le llevaron a buen puerto. Estaba encorsetado en demasía, formal como el marido con miedo a volar de la canción de Loquillo, y precisó soltarse, darse un poco a lo disoluto para materializar sus ocasiones. Mbappé dejó en el aire una silueta parecida a la que tú dejabas en el pasillo al volver a casa borracho y tropezar con el mueble despertando a tus padres, y gracias a eso el balón entró por fin. A veces te tienes que quitar la corbata en la boda para que la chica pija (a quien eso le parece fatal) se sienta al fin atraída por tu animal incorrección.


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Le dio Kylian con la espinillera, que por no ser no es ni una parte de tu cuerpo, hasta ahí llega la heterodoxia. Viene a ser como rematar con una prótesis, no necesariamente del pene, y eso vale, ya lo creo que vale mientras siga existiendo un vacío legal al respecto. Ya sé que la bota tampoco es una parte de tu cuerpo, pero se me entiende. Hubo que hacerlo mal para que saliera bien. Los renglones torcidos del balompié y la espinillera de Dios, que no es siempre un esteta y no por necesidad va a darle de tacón. El interesado, su amigo brasileño y su amigo inglés se estozaban de risa a resultas del lance, y la escena nos hizo caer en la cuenta de la indudable similitud entre los viejos galácticos y el Rat Pack, aunque no queramos mucho que estos galácticos acaben pareciéndose a aquellos.

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Hubo que hacerlo mal para que saliera bien. Los renglones torcidos del balompié y la espinillera de Dios, que no es siempre un esteta y no por necesidad va a darle de tacón

Lo que había prevalecido hasta ese momento era el maleficio de la seriedad. Enfrentarte envarado a la posteridad te cierra sus puertas, o sus porterías, si nos ceñimos a la de Ederson. Hizo falta hacer gala de otra joie de vivre, de una jovial inconsciencia teñida de iconoclastia, para que el gran fútbol terminara de cristalizar. Brahim cazó un rebote y la mandó para dentro como quizá no habría hecho tras una gran jugada individual, y fue solo el preludio de la otra gran hazaña etílica de la noche. Vinícius, que estuvo soberbio, ensayó una vaselina que sin embargo fue como como un gatillazo después de demasiados gin-tonics (“too much ginco-ginco”, le dijo una camarera oriental a un amigo mío al asistir con frustración a una sobrevenida insuficiencia eréctil), pero que también acabó bien porque la rebañó Bellingham, el de siempre, el hombre que le suelta “fuck off” a los linieres y a la muerte. Un Madrid repeinado impartió su magisterio en la academia, pero no selló una jornada inolvidable hasta que entró en la discoteca y empezó a olvidar que había que comportarse. Dos churros y un semichurro rubricaron la tesis doctoral, que estaba muy bien escrita pero no destinada a triunfar desde el atril. A veces la vida es así y hay que amarla o, en su defecto, amar al Madrid que la vida imita y no al contrario.

Getty Images.

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