REVISTA PANENKA
·3 de enero de 2025
REVISTA PANENKA
·3 de enero de 2025
Este reportaje está extraído del #Panenka102, un número que dedicamos a los ‘Trinches’ del fútbol
Cuando los detectives de la PDI (Policía de Investigaciones de Chile) cruzaron sus miradas ante la aparición del rubio pasajero -que pisaba por primera vez el país como parte de una peculiar ruta que lo devolvía a Rusia tras pasar unos días en Madrid y Guayaquil-, no dudaron. Su juventud, su frialdad y hasta su particular cara de niño tímido convirtieron aquella imagen en un particular foco de interés para el ya de por sí maduro radar policial de todo aeropuerto sudamericano. Había que conseguir abrir su maleta. Una vez encontrada y analizada exteriormente por perros especialistas en narcóticos, los constantes ladridos confirmaban que aquel extraño pasajero escondía su propia historia. La Brigada Antinarcóticos encontró 6.206 gramos de clorhidrato de cocaína disimulados en las contratapas de libros infantiles. Un intento banal por ocultar lo insalvable que, al ‘Ruso’, como quedaría tachado de por vida, le costó, de inmediato, tres años y un día de prisión en Chile.
“Cuando llegó era tremendamente tímido, callado, y no hablaba ni una mínima palabra de español”, cuenta a Panenka Flavio Huenupi, profesor de Educación Física de los internos de la prisión de Santiago, a la que entró a trabajar hace 13 años. Entre otras tareas, Huenupi estructuró una red de torneos de fútbol en el interior de la ‘peni’ (Penitenciaria de Santiago), donde buscaba crear valores optimistas entre sus peculiares futbolistas. “Un día, recuerdo que mientras corríamos en una práctica con la selección de fútbol de internos, vi a varios riendo y expresándose de manera jocosa… Hablaban sobre un ruso que había llegado a los módulos y que en un amistoso sin reglas y nadie a su cargo, les había ganado jugando en solitario, sin compañeros y hasta sin portero. Aseguraban que era extraordinariamente bueno con la pelota en los pies y que hasta los funcionarios habían tomado buena cuenta de sus peripecias”, recuerda Flavio.
Frank Lobos (exfutbolista ganador de tres ligas con Colo-Colo) siempre tuvo un privilegiado gusto por reivindicar el papel del fútbol como elemento social inquebrantable para la reinserción laboral de los presos. Sin dudar ni un instante, encontró en la ‘peni’ el contexto perfecto para desarrollar esta idea: “Apoyaba ese espacio social con Flavio, pero a medida que pasaba el tiempo y crecía el proyecto, formamos diferentes equipos de fútbol en cada penitenciaria, región y zona metropolitana y los dividimos por edades. A través del deporte, queríamos abrir una posibilidad laboral a los reclusos, mejorar su conducta, su calidad de vida y llevar el fútbol a un punto más global de compromiso social”, destaca orgulloso. Su proyecto alcanzaría su cénit poco después de conocer a Maxim Molokoedov, ‘El Ruso’.
“Quisimos investigar por qué no teníamos ni idea de ese nuevo interno”, continúa Lobos. “Organizamos un partido dos semanas más tarde, lo gestionamos entre los reclusos de esa otra zona de la cárcel, para que estuviera presente. Aunque él no lo sabía, nosotros íbamos a verlo específicamente a él. Y, definitivamente, tenía algo especial, era diferente. Sus cualidades físicas eran distintas, su biotipo era distinto y su calidad técnica sobresalía. Realmente era un artista en la cárcel. Lo llamamos para que integrara la selección que hacíamos en esa penitenciaria, y aunque lo juntamos con los mejores, seguía siendo con bastante diferencia un jugador sobresaliente”, resuelve, aún perplejo. Frank Lobos encontró en Maxim Molokoedov el fundamento que estaba buscando para conectar conceptos como la vida, la cárcel, el fútbol y la esperanza.
Molokoedov fue condenado a una pena de cárcel en Chile. Y contra todo pronóstico, esa fue su puerta de entrada al fútbol profesional
Pronto se supo que aquel preso que hablaba poco pero que expresaba todos sus sentimientos con un balón en los pies había jugado en las divisiones inferiores de Rusia. De hecho, incluso llegó a disputar algún partido semiprofesional. Desde la cárcel chilena, lejos de su país, asumió su error, la condena y el castigo, pero nunca asumió que el camino estaba perdido. De alguna forma, empezó a tomarse el fútbol como un punto de equilibrio y paz: “Logró, casi sin querer, que el resto de reclusos empezaran a mostrar una mayor dedicación. Fue como un impulso, se ganó el respeto de la cárcel gracias a su forma de jugar. Algunos lo siguieron como si fuera un mentor. La ilusión que desprendía un ruso desconocido con el que casi ni se podía hablar en aquellas personas deseosas de buenas noticias fue espectacular. Por eso lo convirtieron en su icono. ‘Enchufó’ hasta al que jamás había tenido intención de tocar una pelota en su vida”, corrobora Lobos mientras recuerda aquellas mañanas de partidos en medio de la nada y cómo, en una de ellas, lo sacaron a entrenar a un parque junto a un gendarme de custodia. Cuando Maxim empezó a trotar y a subir el cerro cercano, el agente lo perdió de vista. Nervioso y sudando por el desastre que eso le supondría, daba por sentado que se había escapado y no volvería. Pero al rato, ‘El Ruso’ regresó corriendo aún como si no hubiera ocurrido nada. El escalofrío dio paso a las risas.
Maxim Molokoedov, en la imagen en un entreno con Santiago Morning, se vestía de corto de día y dormía en una celda de noche.
“Si hubieras visto a todos los presos, a los carceleros y hasta al líder de la penitenciaria prestar atención a los partidos que jugaba Molokoedov en la prisión… Lo que allí sucedía era increíble: regates, caños, vaselinas, sombreritos, hasta goles a lo Panenka en los penaltis. Pocas veces se habrán aplaudido más cosas en la ‘peni’ que un gol de Maxim en el que regateó a todos los rivales, del primero al último, y cuando se topó con el portero, le hizo irónicamente un caño. Todos lo querían ‘cargar’ pero con cariño. Se ganó el respeto de todos, era una persona carismática con la pelota, muy querible y eso hizo que lograra pasar su condena de manera más liviana, con actividades externas relacionadas con la pelota, con la libertad que le ofrecía el fútbol para adueñarse del corazón de todos y con ese hablar tan extraño”, añade Lobos, puesto que lo que aprendió Molokoedov fue el ‘coa’ (jerga de delincuentes), lo que le daba aún más singularidad al ‘personaje’ que se había creado en la cárcel.
“Cuando vi jugar unos partidos a Maxim, rápido entendí que, con su único instrumento de comunicación, que era la pelota, nos estaba pidiendo ayuda. Como nuestro programa es gubernamental, podíamos presentar algunas propuestas y pensamos: ¿por qué no intentar insertarlo en la sociedad a través de su habilidad con el balón, a través del fútbol profesional?”, pensó Lobos. Hablaron con el jefe de la penitenciaria, el coronel Ricardo Quintana, que entendió aquel pensamiento, ayudó a dar los pasos adecuados y pidió los permisos correspondientes: al Ministerio de Interior, al Ministerio de Justicia, a la Dirección Nacional de Gendarmería… Todo ese proceso, que Frank recuerda como “tremendamente complicado al tener que atravesar toda la burocracia nacional”, buscaba que un preso tuviera la oportunidad de solicitar unirse a un club profesional del país. Un hecho insólito, nunca antes imaginado, que finalmente se pudo completar. La pregunta, sin embargo, era otra: ¿qué club profesional permitiría la reinserción laboral de un preso a través de una ficha como parte de su plantilla para jugar en los estadios de Chile?
En el verano de 2012, y todavía con un año de condena por cumplir, Maxim pudo salir de prisión para firmar su nuevo contrato con Santiago Morning
Lo cuenta el propio Frank: “Cuando le propusimos incorporarse a un club de fútbol profesional, se le llenaron los ojos de lágrimas por la pura emoción que sentía de haber conseguido reinsertarse en la sociedad, en la vida y en el mundo gracias al deporte. Nosotros habíamos trasladado a Santiago Morning [club del sur de la capital chilena, que recibe el apodo de ‘Los Bohemios’ y que jugaba en ese momento en Primera B, la segunda división del país] la idea de incorporar a un chico que estaba en la cárcel mediante nuestro programa. De inicio, hubo un rechazo inmediato, porque esto, visto desde fuera, lejos de nuestro contacto estrecho con los presos, puede parecer una broma y muchos no están dispuestos a sobrepasar algunos límites. Afortunadamente, a los pocos días se sacaron los prejuicios”.
Una vez obtenido el pase como futbolista de Santiago Morning, Maxim quiso volver a la prisión una última vez. Quería despedirse de sus amigos ‘Cogollo’, ‘Foca’, ‘Juan Rucio’, ‘Pato Siembra’ y ‘Peyuco’, entre otros, y tomarse con ellos el último mate ‘canero’ (carcelario). Hay que recordar que, en esa nueva vida, Maxim pasaba sus días de prisión en un módulo especial para presos por seguridad, pues en un mundo de delincuentes, su nueva condición desató también algunas envidias y disputas. La rutina pasó a ser distinta, pues, de lunes a viernes, se levantaba a las 7.00 horas, dejaba la cárcel acompañado de dos gendarmes, entrenaba con los demás jugadores, ducha, almuerzo y regreso al encierro cada noche.
Y así hasta que el sábado 28 de julio de 2012, Molokoedov debutó como futbolista profesional en Chile. Tres años después de abandonar Rusia, volvía a pisar un terreno de juego. Aquella mañana inició su currículum con Santiago Morning, jugando un amistoso de preparación ante Palestino (2-2). El primer balón que toca “va derechito para fuera”, asegura la crónica de aquel día, como síntoma de la evidente falta de continuidad, tacto y sensaciones en el césped. Su expresión cambió con la segunda pelota que contactó y, desde la tercera, su inocente aspecto dejó paso a un habilidoso jugador. Tanto, que se hizo entender sobradamente cuando agarró la pelota en la frontal, dribló a un rival y aceleró para ejecutar con tranquilidad ‘un pase a la red’. Primer gol. Pocos instantes más tarde, las 30 personas que habían andado hasta la cancha aquella mañana coincidieron, al unísono, en un impactante “uooohhh”. El grito lo provocó una volea impresionante del más rubio del césped, que puso el segundo gol para los suyos y el marcador a favor de ‘Los Bohemios’: “Gloria a Dios por estos dos goles que me pueden ayudar a adaptarme más rápido en esta nueva etapa. Muchas gracias a todos los ‘cabros’ que están presos”, destacó Maxim. Luis Faúndez, vicepresidente del club, se entrevistó con ‘El Ruso’. “¿Por qué estás preso?”, le preguntó. “Por hueón”, respondió este sonriendo, en su particular castellano. Días después, estaba contratado. Al finalizar el partido, antes de las 14.00 horas, agarró su pequeña mochila, balanceó la mano intentando expresar agradecimiento y puso rumbo a la ‘peni’, donde tenía toque de queda y algo más de un año de condena por cumplir.
Este proceso se repetiría durante todo 2012 para jugar siete partidos de la Copa Chile (no pudo inscribirse para jugar la liga al no haber podido preparar su ficha a tiempo). Ya en 2013, añadiría otros siete encuentros, estos sí en el campeonato doméstico, y en uno de ellos llegaría su primer gol, un hecho absolutamente histórico. Santiago Morning venció a Deportes Copiapó (1-0) con tanto de Molokoedov, que no sólo significó el primero del ruso jugando en Primera B, sino que también puso fin a un particular registro que llevaba 22 años sin alterarse. “Se ganó un respeto importante en el fútbol chileno porque destacaba de verdad en el campeonato. Pero sobre todo porque sigue siendo el último europeo en marcar gol en la liga chilena [el portugués Adriano Custodio Mendes, en 1991, había sido el anterior]“, nos cuenta Pablo Ramos, periodista de ESPN, recordando la frase con la que Maxim se refirió a la hazaña: “Un ruso siempre deja récords ahí donde va”.
“Tenía algo especial, era diferente. Sus cualidades físicas eran distintas, su biotipo era distinto y su calidad técnica sobresalía. Realmente era un artista en la cárcel”, dice Lobos
Cuando arrancó 2013, el programa de reinserción y su buena conducta posibilitaron que el gobierno chileno le ofreciera una amnistía. Era hombre libre. Tras dos buenas temporadas, los dirigentes del club decidieron premiarlo regalándole pasajes de ida y vuelta a San Petersburgo, su ciudad natal. Molokoedov era feliz, no veía a su familia desde hacía tres años. El 28 de mayo del 2013, un chófer del Morning fue a recogerlo al aeropuerto. Pasaron 15 minutos, media hora, y nada. El conductor confirmó lo que temía: Molokoedov nunca embarcó en el avión de vuelta. “Se generó una desilusión tremenda. Esperábamos mucho de él. La sociedad necesita estos ejemplos de referencia y, en ese sentido, fue frustrante y decepcionante que nunca regresara”, lamenta Lobos. Se había convertido en un gran aporte al fútbol chileno, estaba siendo un ejemplo muy interesante para demostrar que el proyecto de reinserción era un vehículo eficiente y otorgaba esperanza entre quienes seguían metidos en escenarios complicados en su vida. Decidiendo no volver, todo se vino abajo.
“Cuando viajé a Rusia para cubrir la Confederaciones de 2017, recordé que Maxim era de San Petersburgo”, rememora Pablo Ramos. “Fuimos a su casa. Vivía con su familia, cerca de una cancha de fútbol donde jugaba habitualmente y trabajaba como ‘alcantarillero’. Aceptó ser entrevistado y me confesó que ganaba más dinero así en Rusia que en Chile como futbolista. Estaba jugando en el club amateur más potente de San Petersburgo e incluso allí ganaba más plata que en Santiago Morning”, explica. “En realidad fue mi mamá la que me pidió que no volviera. Tengo trabajo y no juego lejos de casa. En Morning, ganaba 300.000 pesos. Aquí gano 400.000 jugando después del trabajo”, apuntó en aquella entrevista, demostrando que su talento solo lució a través de los ojos humildes de quienes un día lo consideraron un ejemplo a seguir.
Luis Faúndez, vicepresidente de Santiago Morning, reconoce que nunca esperó que Molokoedov volviera a Chile y, quizás, es quien ofrece una mejor reflexión sobre la verdadera naturaleza del ‘Ruso’: “En su país natal se casó con una chica preciosa, estaba su familia, toda su vida. ¿Quién iba a cambiar una vida por jugar a la pelota?”.
Maxim superó todas las trabas posibles después de haber cometido un error que podría haber acabado con su vida y le puso la rúbrica a una de las historias más inverosímiles que nos ha brindado el fútbol. Solo el tiempo determinará si hizo lo correcto o no renunciando a una prometedora carrera como futbolista profesional en Chile. Los iconos de este deporte atraviesan etapas, mapas y límites en la cresta del marketing. Los iconos de frasco pequeño, menos conocidos y forjados en confines imprevisibles y escenarios rocambolescos, perduran eternamente en la memoria de aquellos que los tuvieron cerca. A fin de cuentas, ellos nunca pretendieron ser héroes, sino ser libres.
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Fotografías de El Mercurio.
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