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La Galerna

·28 de noviembre de 2024

Mbappé y la moneda al aire

Imagen del artículo:Mbappé y la moneda al aire

La derrota del Madrid en Anfield me ha provocado enorme sorpresa y estupor. Sé que no tiene mucho sentido, porque cuando te enfrentas a un equipo de la Premier que va como un tiro, en su campo, con seis de tus jugadores titulares en la enfermería y atravesando un periodo de laboriosa adaptación en tu juego; lo normal el eso: que el Liverpool te baile al ritmo del “Carry That Weight” de Los Beatles y que vuelvas a casa un poco sin saber cómo ni por qué.

Pero, ya lo ven: a pesar de todo, estoy sorprendido. “Las sorpresas son una estupidez.  Producen un placer escaso y, en cambio, muchos inconvenientes”, dijo Jane Austen, seguramente después de ver el Liverpool-Madrid de ayer. Me sorprendió el resultado porque yo pensaba que si cierras los ojos y autoexiges mucho, mucho, mucho en redes sociales y canales de Youtube al final el Madrid acaba ganando. Porque se supone que ese es el secreto del Real Madrid: los merengues que en cuanto van mal dadas agarran el látigo y salen de procesión, igual que los “fraticelli” de la Edad Media que se flagelaban por las ciudades cuando había una epidemia de peste. La diferencia es que los fraticelli merengues no sacan el látigo para flagelarse a sí mismos sino para zurrar a todo el que se les pasa por delante: presidente, cuerpo técnico, plantilla e inquisición oficialista. Menos a ellos, le dan a todo el mundo.


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En el universo del “fraticelli” madridista los términos “autocrítica” y “autoexigencia” tienen un significado muy particular, dado que raras veces los “fratecilli” exigen o critican nada de sí mismos. Al contrario. La cofradía Merengue de Fraticelli vive convencida de que “ellos ya lo avisaron”, y de que sus desvelos traen las victorias. El Madrid, en definitiva, atesora más de un siglo de grandeza gracias a un solo y único factor: que la afición se queja mucho cuando pierde.

Desde que el Real Madrid anda gripado, los Fraticelli lo han estado dando todo con entusiasmo, “auto”-criticando lo presente, lo futuro y lo pasado. Cuando el Madrid se gripa, el fraticelli es autoexigente con carácter de retroactividad y todo, como indicó talentosamente Paco Sánchez Palomares en un reciente artículo de esta santa casa. El fraticelli se pone a cantar el “Nonosdá” con inflexiones gregorianas (“No nos da para la Champions, No nos da para la Liga”) y en vez de entonar un “Dimitte nobis” (Perdona nuestros pecados) lo que canta es el exordio “Dimite” a secas: “dimite, Florentino; dimite, Ancelotti”, que suena casi igual. Según la teología fraticelli, si se hace esto a menudo, en voz muy alta y con muchos tacos; una fuerza cósmica universal se pone en marcha y el Madrid gana otra Champions. Ese es el inmenso poder del fraticellismo merengue.

El Madrid atesora más de un siglo de grandeza gracias a un solo y único factor: que la afición se queja mucho cuando pierde

En vista de que los Fratecilli llevan dándole a la autoexigencia desde el 0-4 del Barça, yo imaginaba que a estas alturas sus desvelos al fin tendrían resultados y que ayer golearíamos al Liverpool, porque además salieron de inicio muchos de los jugadores favoritos de los fraticelli (aunque, ojo con esto, que el fraticelli tiene jugadores favoritos… hasta que por lo que sea dejan de serlo y entonces les abren las puertas del inferno). Pero nada. 2-0 y a casa. Y con Camavinga lesionado. Menudo chasco. Llámenme loco, pero tras la derrota en Anfield empiezo a pensar que las 15 copas de Europa no están directamente relacionadas con el hecho de que, cuando perdemos, @CR74ever escriba en un post con mayúsculas que Ancelotti debe irse a la calle, o con que salga Iñaki Angulo en Youtube llamando “ruina absoluta” al jugador que sea que tenga atravesado en ese momento.

El Madrid perdió contra el Liverpool enlazando su tercera derrota en Champions League y aún nadie tiene del todo claro los motivos. El Madrid está en noviembre a cuatro puntos del líder con un partido menos y acabará pasando de ronda en Europa, pero enlazar tres bofetones en la competición de Ceferino es malo y exige una solución; negarse a ver estos elementos es absurdo. Como absurdo es pensar que yo, como mero aficionado, tengo la posibilidad real de cambiar la dinámica negativa de mi equipo cuando entra en ella, por muy sentencioso y destructivo que me ponga en redes sociales.

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Mi enfado no marca goles ni mejora el juego del equipo. Lo hacen los miembros de la plantilla, a quienes no estoy seguro de hasta qué punto les motiva la autoexigencia fraticelli para mejorar, que suele oscilar entre la idolatría desmedida y la lapidación verbal sin que haya un término medio. Curiosamente, lo que raras veces se plantea el fraticelli son las posibles bondades que pueda acarrear el mostrar apoyo a un jugador, o a todo el equipo, cuando vienen mal dadas. El concepto “refuerzo positivo” no tiene cabida en la teología del fraticelli. ¿Por qué perder el tiempo con un “calma, sigue trabajando y lo harás mejor, estamos contigo” cuando un “vete a tu casa, desgraciado, que no vales ni para jugar con los alevines” es mucho más contundente? Entre alentar y señalar, el fraticelli tiene muy clara su preferencia.

Mi enfado no marca goles ni mejora el juego del equipo. Lo hacen los miembros de la plantilla, a quienes no estoy seguro de hasta qué punto les motiva la autoexigencia fraticelli para mejorar, que suele oscilar entre la idolatría desmedida y la lapidación verbal sin que haya un término medio

El gran señalado tras el partido en Anfield es Kylian Mbappé, cuya actuación sin duda no estuvo entre las diez mejores de la historia del fútbol. Había muchas esperanzas en Mbappé que, de momento, no parecen cumplirse.

Antiguamente se decía que cuando nacía un Habsburgo, los dioses tiraban una moneda al aire, dado que los miembros de la dinastía tenían tantas posibilidades de ser genios como tarados. Un príncipe Habsburgo podía ser un Carlos V o un Felipe II; o bien un Fernando I de Austria, a quien lord Palmerston describió como “lo más semejante a un idiota”, o un Julio César de Austria, hijo del emperador Rodolfo II, que acabó sus días preso en una mazmorra después de acuchillar a su amante, tirarla por una ventana, descuartizarla y meter sus restos en una cesta. Cara o cruz.

Pienso en lo de los Habsburgo y la moneda cada vez que el Madrid hace un fichaje de relumbrón y me imagino a las Fuerzas del Destino lanzando al aire un real de a ocho, a ver de qué lado cae. A veces el fichaje es un Kaká y otras veces un Cristiano Ronaldo, pero hasta que la moneda se asienta, es imposible saberlo. Con Mbappé los dioses apostaron y parece que ha salido cruz. O Cara. No sé. El lado que signifique no echarse el equipo a la espalda, sea el que sea.

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Puede ocurrir que, en realidad, no haya salido ningún lado y que la moneda de momento siga de canto. En ese caso, no queda más que esperar conteniendo el aliento y cruzar los dedos para que caiga de forma propicia. A veces la espera puede prolongarse más de lo que la paciencia de un fraticelli o incluso de un Inquisidor Oficialista está dispuesto a soportar. Pero el resultado bien puede ser asombroso: la primera temporada de Courtois en el Madrid fue tétrica, que igual muchos no se acuerdan de eso, pero yo sí. Me acuerdo cada vez que le veo hacer milagros bajo palos y pienso, por ejemplo, en aquel 4-1 contra el Ajax que nos sacó a las malas de Champions League en 2019 y que fue la guinda de una temporada nefasta para el belga. Por supuesto, tras aquel partido, los fraticelli lo señalaron como el culpable principal. Entrenaba Solari, por cierto, al que ahora por algún incognoscible hay quien desea traer de vuelta al banquillo.

Mbappé está atravesando lo que parece ser un inoportuno bloqueo, que es algo normal en el deporte de élite, y a mí se me ocurre una idea loquísima: en vez lanzarlo a las garras de los fraticelli, nosotros, como afición, transmitámosle ánimo, calor y confianza

Es difícil caer de pie en el Madrid. La moneda tarda en dictar sentencia. Vinícius durante años (años, ojo) era señalado porque “no metía un gol al arcoíris”, Benzema jugaba por decreto ley porque su prima iba a la misma mezquita que la vecina de la cuñada de Zidane, pero era “Benzemalo”; el propio Zidane, durante su primera temporada de blanco, fue una decepción con patas entre los meses de agosto y enero, cuando poco a poco empezó a despegar hacia las estrellas. Y a Toni Kroos los fraticelli autoexigentes querían venderlo “con un lazo” antes de que el Madrid ganara sus dos última copas de Europa.

No sé si Mbappé será un Zidane o un Kaká. De momento lleva un partido nefasto contra el Liverpool y 9 goles marcados en total, lo que lo convierte en el segundo goleador de la plantilla por detrás de Vinícius. En la temporada pasada, Vini marcó un total de 15 goles en Liga y nos lamentamos porque le hayan robado el Balón de Oro. Hoy en día Mbappé, tras cuatro meses de competición, ya lleva 7, que son casi la mitad. Admitiendo que está lejos de ser el jugador determinante que todos deseamos, creo que tildarlo en noviembre de causa perdida es, como poco, aventurado.

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Mbappé está atravesando lo que parece ser un inoportuno bloqueo, que es algo normal en el deporte de élite, y a mí se me ocurre una idea loquísima: en vez lanzarlo a las garras de los fraticelli, nosotros, como afición, transmitámosle ánimo, calor y confianza.

Quizá la moneda aún no ha tocado el suelo y podemos alterar su trayectoria. En tal caso, estoy seguro de que empuja más un clamor de ánimo que un silbido.

Vamos a probar. A ver qué pasa. Y si no funciona, pues fraticellis todos.

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