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La Galerna

·14 de abril de 2025

Tambores en lo profundo

Imagen del artículo:Tambores en lo profundo

"Han tomado el puente y la segunda sala. Hemos atrancado las puertas, pero no podremos detenerlos por mucho tiempo. ¡El suelo tiembla! Tambores… Tambores en lo profundo. No podemos salir. Una sombra se mueve en la oscuridad. No podemos salir. Ya vienen...".

Estas angustiosas palabras, leídas por Gandalf en Moria, nos hablan de los instantes finales de un pueblo destinado a caer. Han tratado de defender cada sala, cada puente y cada puerta, pero saben ya que su destino está sellado. No podrán escapar del asedio al que están siendo sometidos. Los tambores hacen temblar cada uno de sus huesos, desde lo profundo, despertando un terror heredado de sus antepasados.


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Algo así es lo que deben sentir los rivales europeos del Real Madrid cuando el Bernabéu toca la corneta llamando al ataque y el equipo se dispone a lanzar todo lo que tiene en la ofensiva final, que sólo admite la destrucción del rival o la muerte en el intento. Cuando en la ya mítica remontada ante el City los altavoces sonaron anunciando “tiempo añadido: 6 minutos”, el rugido de nuestro estadio heló la sangre de Guardiola en el banquillo y de sus jugadores en el campo. Aún necesitábamos un gol para igualar la eliminatoria y el tiempo se escurría entre los dedos, pero ese rugido de guerra transmitió un mensaje a todos los jugadores sobre el césped: “nos sobran 4 minutos”.

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Para que esa magia funcione, y lo haga tan a menudo, debe trabajar en ambos sentidos. Por una parte, tiene que convencer a los de blanco, y a su público, de que son indestructibles. Recordarles todas las veces que lo han hecho antes, y lo bien que supo aquella sangre. Grabar en sus cerebros que no sólo es posible una nueva victoria épica, sino que la merecen. La necesitan. No existe nada más.

A su vez, debe hacer sentir a los rivales un terror atávico y paralizante. Hacerles sentir que no hay escapatoria posible. Habéis llegado hasta aquí, estuvisteis cerca, bien jugado. Pero ya se ha acabado. Ahora el Madrid ha hecho sonar los tambores de guerra y viene a por vosotros, y ya sabéis cómo acaba eso. En el reciente documental “Cómo no te voy a querer”, Dani Carvajal, protagonista en muchas de esas noches mágicas, da en el clavo psicológico de la cuestión: “yo no sé si hay algo, si a nosotros nos pasa algo. Yo lo que sé seguro es que los rivales creen que sí”.

Cada camiseta blanca, en esos momentos, vale por dos. Cada córner, aproximación, robo o duelo ganado es celebrado por una afición que cree con locura en lo que debe ocurrir. El rival se hace pequeño, mira el reloj y reza todo lo que sabe, pero no suele ser suficiente. Un año tras otro, una y otra vez. Así se construye la leyenda del Rey de Europa.

Habéis llegado hasta aquí, estuvisteis cerca, bien jugado. Pero ya se ha acabado. Ahora el Madrid ha hecho sonar los tambores de guerra y viene a por vosotros, y ya sabéis cómo acaba eso

Pero, para que no sólo tiemble la camiseta, tiene que haber algo más que la estadística. Para que jugadores duros, curtidos en mil batallas y con una calidad de élite se deshagan como azucarillos, no sólo tiene que haber perdido en el pasado el Bayern, el Liverpool, el City o el PSG. Tienen que haberlo visto con sus propios ojos. Haber sido testigos de una grandeza mítica y cegadora capaz de tirarles de sus caballos.

Cuando Sergio Ramos y Cristiano Ronaldo destrozaron al Bayern de Múnich en su estadio, apagando el incendio que había prometido Rummenigge con un 0-4 histórico, Jamal Musiala era un chaval de 11 años recién cumplidos que ya destacaba en la cantera del Chelsea.

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El día en el que el Madrid le ganó la final de la Champions por segunda vez al Atlético de Madrid, Phil Foden cumplía 16 años. A pesar de que al ritmo que lleva imagino que ya tendría al menos dos críos en casa, estoy seguro de que vio a Ramos levantar la orejona al cielo de Milán y tomó buena nota de ese legendario equipo blanco.

Y para seguir con el Atleti, el día en el que Benzema flotó sobre la línea de cal del viejo Calderón (y bailó, de paso, a Godín, Giménez y Savic), Giuliano Simeone iba camino de los 14 años. Ya había visto a su padre perder dos finales contra el Madrid, y sufría una nueva eliminación que ha podido homenajear hace pocos días en sus propias carnes.

Miles de chicos han crecido en las canteras de los mejores clubes del mundo aprendiendo que, por encima de todos, un único Rey los gobierna a todos

Del mismo modo que uno nunca llega a olvidar el sobrecogimiento que sintió al ver de niño por primera vez a Darth Vader, todos estos chicos, y miles más, crecían en las canteras de los mejores clubes del mundo aprendiendo que, por encima de todos, un único Rey los gobierna a todos.

El legado ha continuado, y así debe ser. Quién sabe quién estaba delante de la televisión, quizá sin permiso de sus padres, cuando Rodrygo se elevó por encima de Rúben Dias y Ederson. Qué futuras estrellas saltaron de alegría en sus casas (o lloraron de rabia) con los dos goles de Joselu a Neuer en la última Champions. Millones de niños aprendiendo, año tras año, la única verdad del fútbol europeo: el Madrid es inevitable.

Es bonito pensar que quizá Joselu empezó a ganar, sin saberlo, la vigésima, allá por 2035…

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