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La Galerna

·17 de abril de 2025

Temporada de patos

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Hemos contemplado una vez más el triunfo de la razón sobre la superstición. El Arsenal se ha deshecho del Madrid apelando a una estrategia tan antigua como la humanidad misma: el sabotaje. Ordenados según los designios de una muy bien disciplinada defensa, los de Arteta cavaron una trinchera frente a su portería y ¡pum, pum!, o como dirían ellos, bang, bang!, se dedicaron a cazar patos. Lo hicieron a placer porque los jugadores blancos (nunca mejor dicho) apelaron a la más primitiva de las vías de supervivencia: la voluntad tozuda. Embistieron una y otra vez con cegada anarquía –sobre todo ese guerrero corajudo que conoce muy bien la vergüenza llamado Vinicius Jr.–, pero no fue suficiente. Nada es suficiente cuando el todo es más bien poco. Además, la jugosa renta que los gunners consiguieron en Londres les permitió aliarse con el cronómetro: los británicos fragmentaron el encuentro evitando con ello la activación emocional que, como todos sabemos, era la única posibilidad para los de don Carlo. La remontada es consecuencia del momentum y si este no sucede, pues… Un tanto a dos anunciaba, gélido e inapelable, el marcador del Santiago Bernabéu a medio aforo, cuando el inexperto colegiado de engominada cabellera hizo sonar resolutivamente su silbato. La fatalidad es así: para el vencedor todo, para el vencido, nada.

Como era de esperarse, la cacería sigue hoy, incluso con mayor ferocidad, pero esta vez fuera del tapete verde. La frustración, ese infierno que algunos disminuidos mentales deciden habitar, es una pésima respuesta a la derrota, pero ya lo sabemos, no se le puede explicar nada a quien no tiene la disposición de comprenderlo. El aficionado frustrado vuelve a ser un niño al que le han quitado un juguete; no importa su edad, condición económica, social o cultural, será en todo momento un ser irracional convencido de que la vida le debe algo y es justo echar mano de cualquier aspaviento con tal de saldar dicha deuda. Es una tontería. El Madrid no nos debe nada porque nos lo ha dado todo. No lo entenderán. Son lo que el filósofo francés Eric Sadin denomina “el individuo tirano” y que representa como nadie el espíritu de nuestra era. Se trata de una persona que no se reconoce a sí misma en un contexto determinado, ni está dispuesta a aceptar las obvias limitaciones intelectuales que todos poseemos. No importa en qué remotos lodazales habite, desde su hiriente neolítico se sentirá con el derecho a pontificar sobre lo humano y lo divino, incluyendo, por supuesto, enmendarle la plana a Ancelotti, Florentino Pérez o a Dios mismo si es preciso. ¿Por qué lo hace? Porque tiene un Iphone X o un cacharro semejante que lo faculta a ello. El tipito tiene la solución para todo lo relativo al Real Madrid y seguro que podría zanjar también el conflicto árabe-israelí o el nudo ucraniano en cinco minutos si tan solo le dieran la oportunidad. Llaman siempre a la autocrítica, pero a la de los demás, nunca a la de ellos; se autoproclaman neoestoicos publicando las mismas dos o tres citas de Marco Aurelio en Instagram al mismo tiempo que se cagan en todo porque su equipo ha perdido un partido. Siempre he pensado que vivo rodeado de estrategas brillantes, lo que no comprendo es cómo no han sido capaces de traducir semejante sagacidad en éxitos propios. That is the question.


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San Ignacio de Loyola nos recomienda, concretamente en la semana dos de sus Ejercicios Espirituales, sosegar el alma en medio de las tempestades y no echar por tierra lo que se ha construido en tiempos de buena ventura. Se trata de no mudar abruptamente el rumbo movidos por el quemante agobio de la tribulación. Es tal el capital material, deportivo y reputacional del Madrid que pensar en un carnaval de decapitaciones cuando aún no se desvanece el polvo del derrumbe es un exabrupto que solo se le puede ocurrir a quienes viven intoxicados de cortisol. El embotamiento emocional solo conduce a la autodestrucción. Es la pausa, la serenidad y sobre todo la planeación a largo plazo lo que tiene mayores garantías de éxito, pero el individuo tirano que, como he dicho, es un crío, lo quiere todo y lo quiere ya, o si no se echa al suelo a probar la paciencia de sus padres con una nueva y vergonzante pataleta pública. Se dicen madridistas, pero en realidad solo se guardan fidelidad a sí mismos, y más concretamente a sus caprichos. Mentecatos y volubles, hoy celebran el “haber tenido razón desde el principio”. Es una auténtica tragedia porque eligen una alegría efímera antes que el gozo eterno. Basado en este análisis saco en claro también por qué vivimos en una época tan dislocada como esta, un tiempo en el que millones de personas quieren cosechar hoy lo que sembraron apenas ayer y que, sobre todo, no entienden que entre el deseo y la realidad se abren abismos que es preciso salvar con paciencia, calma, inteligencia, estrategia y muy especialmente trabajo de equipo. “Es que no jugamos a nada”, me repetía un alma vociferante por enésima vez apenas certificada la eliminación de anoche. “Y Charles Lindbergh cruzó el Atlántico en solitario”, tuve que responderle porque para algunos seres innobles comprender esa exquisita regla de etiqueta que consiste en callar lo ampliamente conocido es del todo imposible.

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Que el presente, pues, esa mentirosa fugacidad a la que estamos condenados los mortales, no ensucie nuestro pasado, ni mucho menos nos arrebate la posibilidad de un futuro aún más luminoso. No cometamos el error de las almas desesperadas, siempre dispuestas a dinamitarlo todo con la mórbida ilusión de comenzar una vez más –esta vez sí de la manera adecuada– desde cero. Es una trampa demagógica. Toca reflexionar serenamente, prudentemente, desde el disfrute inalienable de las glorias conseguidas durante la última década. A mí eso me ayuda a transitar las noches amargas. Mi prueba es ligera y mi tránsito por ellas ha de ser terso si me alienta la certeza racional de que vendrán decisiones adecuadas, ajustes de rumbo, enroques estratégicos que harán de nuestro equipo una potencia aún más asombrosa de lo que jamás ha sido. Velaremos armas y saldremos nuevamente a cabalgar. No es un simple deseo, es una aplastante evidencia.

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Concluido el encuentro, un amigo que vive en México me envió un lacónico mensaje de WhatsApp, apenas una pregunta: “¿Y ahora qué?”, a lo que respondí emulando su brevedad: “Ahora todo”. Esperó largos minutos en los que me fue fácil imaginarlo sumido en un profundo silencio frente al televisor apagado. Luego escribió: “¿Y qué es todo?”. Le respondí sin dudarlo: “Volver a empezar”. Esta vez no hubo pausa ni palabra, su reacción ágrafa y rotunda se explicaba a sí misma sin necesidad de añadir ya nada: el emoticono de una carita sonriente. Este es el lujo que solamente nosotros podemos darnos. ¡Hala Madrid, cabrones! Y nada más… y nada más.

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