
REVISTA PANENKA
·25 de abril de 2025
UE Sants: fútbol de barrio al oeste de Barcelona

REVISTA PANENKA
·25 de abril de 2025
Hace tiempo, el ferrocarril cruzó las grandes llanuras barcelonesas. Aún resuena el telégrafo en la Estación de la Magòria (1912), hoy convertida en un centro cultural y comunitario impulsado por la electricidad que generan dos bolas metálicas en una pista de petanca (¡Salvem el Jardí de l’Estació!). Por la misma puerta a la que hoy se accede al casal cívico, se entraba al campo de fútbol del mismo nombre, donde los ancianos nativos de esta parte del lejano oeste se reunían en comunidad, fumando la pipa de la paz, para presenciar el juego de pelota de los jóvenes de la Unió Esportiva de Sants entre los años 1984 y 2009. En sus comienzos, sin embargo, las tierras sagradas de los santsencs estuvieron más al norte, en el terreno que ocupaba el Camp del carrer Galileu, donde el club disputó sus encuentros entre 1922 y 1964. El avance de la Avinguda Madrid les obligaría a migrar del césped que los vio nacer como nación futbolística, tras esa mítica unión entre el Football Club Internacional y el Centre Sports de Sants, ambos con secciones dentro del ciclismo de entonces, vínculos que aún hoy se mantienen.
Así, convertidos en indígenas de las verdes praderas del fútbol moderno, los seguidores del Sants han visto cómo sus ídolos futbolísticos arrastraban sus sacos de pelotas y la larga historia de sus totems verdiblancos más allá del Missouri. El sol se ha puesto para ellos en el Deportivo Municipal de La Báscula, de l’Energia o el Campo de l’Ibèria, recordando que sus antepasados ya fueron nómadas en su paso por Sarrià, el feudo de l’Hospi, el viejo Sardenya o por las instalaciones del Barça, entre otros estadios.
La estampida de los nuevos tiempos no se detiene para ellos y su existencia errante como locales ha sido solo el principio de una lucha más frente al hombre blanco. La Kings League, sin ir más lejos, erigida como una versión neoliberal del bochornoso espectáculo de Buffalo Bill (bufa–li l’ull, para los catalanes de finales del XIX), amenaza con destruir la cohesión interna del ancestral poblado santsenc. Esto sucedió, como es sabido, cuando los empresarios de este nuevo show business irrumpieron entre los tipis como si de una carga del 7th Cavalry Regiment se tratara. Un combate entre el fútbol virtual de las casacas azules de los streamers, tanto o más vanidosos, mediocres y agresivos que el mismísimo Custer, frente al fútbol arraigado al territorio, magníficamente representado por una directiva combativa y orgullosa, la de la UE Sants. Sonaron los cánticos y los tambores de la tribu, pero poco se pudo hacer para que el fútbol de los focos venciera y se llevara a uno de los mejores guerreros santsencs: a golpe de talonario, rifles Winchester, pieles y aguardiente. Nada nuevo sobre el horizonte del salvaje oeste.
El espíritu del fútbol de los campos de tierra nunca se fue. Podrán notar su presencia en la calle del Corral, pues en cada rincón resuenan, todavía, los disparos a la red y los tiros al poste
¿Por cuánto tiempo nuestras miradas van a seguir puestas en estas ligas creadas ex novo? ¿Hasta cúando seguiremos actuando cual colonos desesperados Road to Oregon o como mineros empujados a la California gold rush? La ruta de la postmodernidad empieza a estar muy transitada en Barcelona, al menos por la Gran Vía de las Corts Catalanas. Especialmente congestionada durante el pasado mes de marzo, cuando diligencias negras cargadas de ricos potentados, embajadores y diplomáticos de distintas multinacionales con sede en Panamá, Seychelles o las Islas Caimán, así como un ejército de nuevos predicadores de la salvación tecnológica, invadieron la Ciudad Condal con la promesa de volver el siguiente curso. Pasando, cómo no, por la Zona Franca: no vaya a ser que el topónimo pierda su significado. El griterío mediático alrededor del MWC insiste en la importancia de que sigan llegando carromatos repletos del elixir del Doctor Doxey, los cuales, según cuentan, dejan, año tras año, cuantiosos beneficios para la sociedad barcelonesa. Lo único seguro es que, si esto hubiera pasado en el Wild West, los salones se hubieran llenado de palomas sucias (soiled doves), así como de cerveza, whisky y licores a plena luz del día. Esto ahora no sucede. De día, claro está.
Pero pensándolo bien, tampoco es del todo falso que los más valientes huyen de las caravanas y toman un pequeño paso o desfiladero por la puerta de Can Batlló, cruzando La Cantina (¡Que viva el cooperativismo y la autogestión!). Tras cinco minutos andando per un sendero de suelo rojizo, el cowboy intrépido puede disfrutar del mejor arte urbano de Roc Blackblock, de Muros de Bitácora, con tan solo contemplar lo que queda del mural del Centenario de la Vaga de la Canadenca. Justo en frente, cruzando las paredes y los muros de la especulación inmobiliaria de nuevos bloques de pisos, uno vislumbra lo más parecido a una casa: la reserva de los nativos de la Gloriosa. Sí, allí, muy cerca de la frontera con l’Hospitalet, como anuncia la mexicana Quetzal, sigue la comunidad de los verdaderos aborígenes del Sants futbolero: en la calle Parcerisa, resistiendo y luchando como los apaches de Gerónimo, anhelando poder volver a tener un lugar en un barrio rodeado de progreso. Pasen, y lo sabrán: el espíritu del fútbol de los campos de tierra nunca se fue. Podrán notar su presencia en la calle del Corral (con el O.K. delante, ya puestos a seguir con los vaqueros), pues en cada rincón resuenan, todavía, los disparos a la red y los tiros al poste que durante 103 años han protegido lo que nunca hay que perder: el deporte popular.