La Galerna
·13 de noviembre de 2024
La Galerna
·13 de noviembre de 2024
Tenemos un hermoso ejemplar de elefante en la habitación. Se está comentando poco su presencia, ya no entre el madridismo; ni siquiera entre los antis, por razones que desconozco por completo. Se trata, cómo no, de Kylian Mbappé y su mediocre rendimiento en los tres primeros meses como madridista.
Las razones del club para afrontar su fichaje son completamente comprensibles. Sobre el papel, se estaba contratando al mejor atacante de todos los que no estaban ya en su nómina. Además, se trataba de un potente golpe de efecto tras años de frustraciones, y se mostraba la capacidad de atracción otra vez frente a la supuestamente imbatible Premier League. En cuanto a potencial de marketing y financiero, tampoco caben muchos peros a la operación. Si el Madrid quiere seguir atrayendo a patrocinadores que paguen más dinero, mejorar su caché por amistosos e ingresar más, necesita contrataciones así. El eco del fichaje es innegable y basta con dar un paseo por Madrid (o por muchas otras ciudades) para ver decenas de camisetas con el número 9 y el nombre del delantero francés, especialmente entre los más pequeños.
Las razones del club para afrontar su fichaje son completamente comprensibles. Sobre el papel, se estaba contratando al mejor atacante de todos los que no estaban ya en su nómina. En cuanto a potencial de marketing y financiero, tampoco caben muchos peros a la operación
Dicho todo esto, el éxito o fracaso de cualquier futbolista lo marca su desempeño en el terreno de juego, y aquí Mbappé es una decepción sin paliativos. Momentánea, porque no hay nada perdido aún y nadie dice que el galo no pueda darle la vuelta a la situación, pero decepción. El único cambio en el once tipo que el año pasado se proclamó campeón de Europa (hasta la grave lesión de Carvajal), perdiendo dos partidos en toda la campaña, ha sido Kroos por el francés, pero el resultado colectivo ha sido de una descompensación general, hasta el punto de que el equipo parece acabar de conocer los métodos de su cuerpo técnico, en lugar de afrontar la cuarta campaña de su segunda etapa. La clarividencia, el liderazgo y la pausa que aportaba el alemán ya no están y tampoco se han compensado con un mayor poder de desequilibrio y definición del 9, que ni está generando ocasiones para otros, ni está resolviendo la mayoría de las que crea para sí mismo o las que le fabrican sus compañeros.
Además, el delicado equilibrio interno que hay en cualquier equipo, especialmente en los más grandes y plagados de figuras, se ha dinamitado con su llegada. El ecosistema que se había fraguado durante años y pieza a pieza se transformó drásticamente con la llegada de un elemento exógeno, que necesita que la escuadra se adapte a sus características ya consolidadas, y no acoplarse él a las nuevas exigencias. El año pasado estaba claro que el gran foco de desequilibrio y el jugador al que había que buscar permanentemente en ataque era Vinicius Junior, que justo por ostentar esta condición era el único al se le permitían ciertas licencias en cuanto al esfuerzo defensivo. Ahora se ha duplicado el número de futbolistas que regresan andando tras pérdida, o que directamente no regresan. Y eso es un problema serio. En general, la aportación sin balón de Mbappé está siendo más que deficiente. Con los números en la mano, es el jugador que menos presiona, que menos roba y que se aplica con menos intensidad de toda la plantilla. Su apatía es, además, altamente contagiosa. Si alguien que acaba de llegar y que no ha ganado nada en el Madrid se dedica a pasear, algunos compañeros tenderán a imitarle. Sus vicios de divo no se veían desde hace bastantes años en el Bernabéu. Y nadie los añoraba.
A Mbappé le toca demostrar (y dispone de tiempo para hacerlo) que tiene la calidad, pero sobre todo el carácter necesario, para triunfar en el club más grande y exigente del planeta
Lo que sí parece que está cambiando es el individualismo del francés. Probablemente obsesionado por empezar a justificar su presencia en el vigente campeón de Europa, Mbappé ha pecado de egoísmo en demasiadas ocasiones, disponiendo de opciones de pases claros para compañeros mejor colocados. Quizás eso explique también la cantidad de ocasiones en las que se encuentra en fuera de juego. Y esta actitud también infecta rápidamente al resto. Si algo tuvo el Madrid el año pasado fue solidaridad y fortaleza grupal. Amenazarlas supone directamente que el rendimiento general descienda varios peldaños. La caudalosa catarata de halagos al equipo durante el verano, la época de las entelequias, tampoco ha beneficiado al Madrid como grupo, ni al 9 de forma individual. Su llegada se veía como la guinda de un pastel, la pieza que haría casi invencible al equipo. Ha ocurrido justo lo contrario.
Kylian Mbappé lo tiene todo para darle la vuelta, como si de un calcetín se tratara, a esta situación. Para ello, debería asumir que nunca ha estado en un club como el Madrid, una institución mucho más grande de lo que jamás será su figura individual, algo que probablemente no le ocurriera cuando jugaba en Mónaco o París. Tendrá que ser él quien se adapte a las necesidades del equipo. Y es imprescindible que recupere su mejor tono físico para llegar con ese medio segundo de ventaja a los duelos que es crucial en la superélite. La sensación que tenemos, equivocada o no, es que su estancia durante estos últimos años en un campeonato menor como la liga francesa, dentro de un equipo muy superior al resto y diseñado para explotar sus virtudes, ha hecho que se acomode e involucione futbolísticamente. Le toca demostrar (y dispone de tiempo para hacerlo) que tiene la calidad, pero sobre todo el carácter necesario, para triunfar en el club más grande y exigente del planeta.