Afición Deportiva
·17 novembre 2024
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La segunda juventud del 2019 permitió a Nadal levantar dos Grans Slams y su quinta Copa Davis en un año mágico
Cuando parecía que ya no iba a ser competitivo más allá de la tierra batida, Nadal volvió a dejar a todo el panorama internacional boquiabierto. Midiendo esfuerzos, dosificando el calendario como pocas veces en su carrera lo había hecho y, con Moyá en su box en vez de Toni, fue tremendamente efectivo. Y, es que, el español sumó dos Grand Slam más a su buchaca además de la quinta Ensaladera. El 2019 fue, entonces, un año histórico que, pese a que podía dejar dudas sobre la longevidad de su carrera, pues el físico cada vez le menguaba más, significó la quincuagésima confirmación de la leyenda.
Muchas veces se ha dicho que, el hecho de que el Open de Australia haya sido arduo para Rafa, no se debe simplemente la mala fortuna. Nadal es un jugador que necesita coger ritmo y confianza. Y, a Melbourne, no podía aterrizar con lo primero. Pues como mucho disputaba un torneo previo. En 2019 dicha fórmula no le impidió rendir de maravilla. Sin rodaje previo, alcanzó la final. Cierto es que Djokovic le pasó completamente por encima en ella, pero es que el serbio, sobre pista dura, era el gran tirano del momento.
El rey de la tierra se mire por donde se mire. Aunque, en este 2019, en contraposición con temporadas anteriores, no llegó a Roland Garros con un consumado de títulos a su espalda. Jugaba bien, su nivel no era tan superior al del resto y, quitando en Roma, alguien siempre se interpuso en su camino. Fognini, tan impredecible como siempre, le dio la sorpresa en Montecarlo. Tsitsipás haría lo propio en Madrid, mientras que Thiem, abandonando el cartel de promesa para pasar a ser una realidad, lo derrocó en Barcelona. La capital italiana fue el refugio perfecto de Rafa, donde ganó a Stefanos y a Novak para alzarse con el título y, lo que es más importante, recuperar la confianza en si mismo.
Fuente: Photo by Clive Brunskill/Getty Images
Le bastó para mostrarse tremendamente sólido en París. Tan solo Goffin en la segunda ronda y Dominic, de nuevo en la final, le pusieron en apuros. El austriaco, que aterrizó en su segunda gran cita tras cargarse a Djokovic, puso contra las cuerdas al balear por momentos. E, incluso en momentos de la cuarta manga en los que Nadal denotaba calambres en su mano, daba la sensación de tener alguna posibilidad. Sin embargo, la experiencia fue, una vez más, el mayor poder que ostentó el español. El duodécimo Roland Garros viajaba dirección Manacor, el doble que el anterior récord de Borg.
Como venía siendo habitual, de París fue directamente a Londres. Wimbledon, a su edad, resultaba ser casi más un sueño que un objetivo. Sin embargo, gracias a la evolución de su segundo servicio y al saber estar en pista, se plantó de nuevo en la penúltima ronda. Allí le esperaba Federer, quién se postulaba ante su última oportunidad de levantar el trofeo que tanto le dio. La superioridad de Roger fue notable, pero incluso en ella supo luchar Nadal hasta el final, rozando con la punta de los dedos poder llevar el choque a una épica quinta manga.
El gran debe en la cuenta personal de Nadal será nunca haber levantado una Copa de Maestros. Y, es que, el español siempre ha llegado muy justo a los finales de temporada. 2019 no fue así. Se tomó varias semanas de descanso después de Wimbledon para recargar pilas a nivel físico y mental. La batería alcanzó de nuevo el tope, pues en su regreso brilló con luz propia. Ganó en Montreal y optó por acudir directamente a Nueva York, lugar que, una vez más, se rindió ante él. Si en Roland Garros era Thiem, en el US Open era Medvedev quién emergía como un gran jugador que podía poner contra las cuerdas al Big 3. Lo hizo en la final ante Rafa, pero en la quinta manga, el español sacó esa marcha más que solo tienen los campeones.
Fuente: Photo by Clive Brunskill/Getty Images
Su siguiente objetivo lo tenía claro: ir a por una nueva Ensaladera en el nuevo formato propuesto por la Copa Davis. Una pequeña rotura abdominal le obligó a retirarse de París-Bercy y andar muy justo para la Copa de Maestros. Sin embargo, en la final a 8 sacó su mayor potencial para, tanto en individuales como en dobles, llevar la bandera nacional a lo más alto. Ganó todos y cada uno de los partidos que ganó y, aun así, supo poner el foco en el verdadero héroe: Bautista. Roberto perdió a su padre en ese periodo, pero, tras ausentarse un día, regresó el día de la final y ganó su partido. Las lágrimas de Rafa fueron la mayor evidencia de lo que se vivió en Madrid.
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