REVISTA PANENKA
·13 November 2024
REVISTA PANENKA
·13 November 2024
‘No existe una carga demasiado pesada para el elefante’, recita uno de los proverbios africanos más aclamados. Para los seres humanos, sin embargo, el asunto es bien distinto. En el minuto 120 de unos cuartos de final del único Mundial que ha organizado el continente donde naciste, la realidad se ve de otra manera. En esa situación, un disparo desde los once metros equivale a toneladas de responsabilidad. La oportunidad de hacer historia y meter a una selección africana en una semifinal por primera vez resulta un peso difícilmente asumible por un individuo. A diferencia de los elefantes, existen cargas que son demasiado pesadas para un solo hombre.
Uno de los sueños de Nelson Mandela, además de acabar con el ‘apartheid’, fue demostrar que África podía hacer grandes cosas si se lo proponía. Es por eso que, durante la ceremonia de clausura de la Copa del Mundo de 2010, ‘Madiba’ sonreía orgulloso por haber conseguido llevar el mayor evento deportivo del mundo a su amado continente negro. Aquel Mundial de Sudáfrica será recordado por el colorido en las gradas, el sonido de las vuvuzelas, el gol postrero de Andrés Iniesta en la final pero también por la sensación de que aquella fue la última oportunidad de hacer algo grande para una selección africana en una Copa del Mundo.
Las ‘Estrellas Negras’ habían ido creciendo hasta convertirse en un equipo versátil, divertido, enérgico y con ese punto de inconsciencia que siempre acompaña a las selecciones africanas en su sendero mundialista
En los cuartos de final se enfrentaban Uruguay y Ghana en busca de un billete para el penúltimo escalón hacia la gloria eterna. Las ‘Estrellas Negras’ habían ido creciendo durante el campeonato hasta convertirse en un equipo versátil, divertido, enérgico y con ese punto de inconsciencia que siempre acompaña a las selecciones africanas en su sendero mundialista. El único representante africano que quedaba a esas alturas de campeonato: el techo histórico para el continente. Arrancó eléctrico el partido, con el portero ghanés Kingson exhibiendo reflejos ante las acometidas de Diego Forlán y Luis Suárez. Poco a poco se fue equilibrando el dominio y las ‘Estrellas Negras’ empezaron a amenazar a la pétrea defensa charrúa. Michael Essien estaba ausente por lesión en aquel torneo, pero emergió un joven Kevin-Prince Boateng para liderar el centro del campo durante todo el campeonato. En una de estas, ‘The Prince’ se inventó un remate de chilena que supuso el aviso definitivo.
Ya en la última acción de la primera mitad, Suley Muntari lanzó un misil pegado al poste izquierdo de un Muslera impotente. 1-0. Tras el descanso, respondió Forlán con un gol de falta desde un ángulo imposible para certificar el empate. Idas y venidas, llegadas a ambas áreas y poco acierto. Así se alcanzó el minuto 120 de partido: con la sensación de que estábamos abocados irremediablemente a la tanda de penaltis. Pero entonces ocurrió algo inverosímil. La última jugada del encuentro fue una falta desde la zona derecha del ataque ghanés. El balón voló al corazón del área y cayó en los pies de Appiah, pero su remate se encontró con la oposición de un Luis Suárez que se había puesto bajo la línea de gol para defender. En ese rebote el balón terminó en la cabeza de un Adiyiah que también logró rematar; pero de nuevo se encontró con la oposición de Suárez, si bien en esta ocasión el uruguayo recurrió a las manos para atajar el cuero. Penalti y expulsión.
Se suele decir que el silencio es el ruido más imponente que existe. Así debió sentirlo Gyan ante los 84.000 espectadres que abarrotaban el Soccer City. Rodeado de gente, con el aliento de todo un continente detrás, pero solo ante el destino
Se suele decir que el silencio es el ruido más imponente que existe. Así debió sentirlo Asamoah Gyan ante los 84.000 espectadres que abarrotaban el Soccer City. Rodeado de gente, con el aliento de todo un continente detrás, pero solo ante el destino. Lanzó duro y arriba, engañando a Muslera. Sin embargo, el balón se estrelló en el travesaño, inmisericorde con el delantero y, por extensión, con toda África, zarandeada ante la oportunidad perdida. Desgarrada por dentro, en la enésima circunstancia adversa. La tanda de penaltis sacó finalmente a Ghana del camino. Las cosas en África a veces se tuercen de manera violenta. El fútbol en este continente es un generador de ilusiones que ayuda a sanar heridas muy profundas. Por eso era tan importante para el pueblo africano romper la maldición de cuartos. Ese maldito penalti, esa responsabilidad desde los once metros… fueron una carga demasiado pesada para Gyan.
Ilustración de portada de Sergi Solans
Este texto está extraído del #Panenka100, un Especial sobre los 100 partidos que se deben ‘leer’ antes de morir que sigue disponible aquí