El enigma Camavinga | OneFootball

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La Galerna

·28 Januari 2025

El enigma Camavinga

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Confieso que me fascina Eduardo Camavinga. Es el futbolista con mayor potencial de crecimiento que tiene el Madrid, a mi juicio, pero también es el que más me irrita últimamente. Buena parte de las posibilidades del equipo en esta temporada descansan en que espabile, en que se haga de una vez con las claves del centro del campo, en que se convierta en dominante. Siendo, como es, una estatua de bronce, su cuerpo no para de jugarle malas pasadas: acostumbra a ir al límite en cada acción y desde hace meses pasa más tiempo en el hule, que decían los taurinos antes, que disponible para Ancelotti. Pero ese no es el mayor de sus problemas.

La cualidad más importante de un centrocampista es su comprensión del juego. Esto da una medida de su inteligencia. Existe la creencia de que el baloncesto se juega con la cabeza, pero el fútbol también. Kroos es el ejemplo ideal: era un tirillas sin aceleración ni explosividad ni fuerza para ir al choque, pero dentro de la sesera tenía un metrónomo. Otro tanto se puede decir de Luka Modric, que es el jugador más inteligente que yo he visto nunca en un campo de fútbol, aunque sus condiciones físicas, a pesar de su tamaño, sean bastante superiores a las del alemán.


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En el fútbol hiperacelerado de hoy, del gegenpressing kloppiano y de la igualdad absoluta físico-táctica, la inteligencia de los centrocampistas es la llave del triunfo. De hecho estamos viendo este año cómo el éxito de la Selección Española en la última Eurocopa marca un cambio de tendencia en este sentido, a nivel global, que por otra parte el Madrid, desde 2014, atestigua: el modelo de energía sucumbe, en último término, al modelo de los creadores.

Lo que pasa es que, claro está, creadores hay muy pocos. Camavinga puede ser uno de ellos, al menos por lo mejor de lo que le hemos visto, que no ha sido este año, precisamente. Cumple ya cuatro temporadas en el Madrid y tiene dos Copas de Europa a sus espaldas. Sin embargo, no se nota. El poso, el aplomo y la sabiduría competitiva que se le presuponen a alguien que ha cuajado en la cumbre junto a Kroos y Modric (¡y Casemiro!) de momento brillan por su ausencia. Atolondrado, disoluto y hasta desnortado espacialmente a veces cuando entra al campo, el Camavinga de este año me recuerda al Marcelo de los meses tardomourinhistas, un futbolista de talento ilimitado y poca conciencia de su lugar en el mundo.

El Camavinga de este año me recuerda al Marcelo de los meses tardomourinhistas, un futbolista de talento ilimitado y poca conciencia de su lugar en el mundo

Camavinga posee todas las condiciones de un superclase. Además, tiene aura, como dicen los chavales ahora. En su mejor versión fluye como una canción de Otis Redding y hasta levita por el campo, como si surfeara las piernas de los contrarios. El balón, entonces, recuerda la cresta espumosa de una ola. Él lo lleva pegado a la bota, con velcro. Bate líneas con una facilidad inconcebible, puramente atlética. Quizá su esplendor muscular sea una de las razones por las que su proceso de aprendizaje parezca haberse interrumpido: confía tanto en sus propias capacidades naturales que desconecta del ritmo interno del juego y lee mal situaciones de genuino peligro, donde salen a la luz sus defectos de interpretación, los peores para un centrocampista, y más del Real Madrid Club de Fútbol.

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Su problema es de ubicación. Eso no tiene nada que ver con la posición que ocupe en el campo. El ejemplo es Valverde, al que le falta solamente jugar de portero. Sin embargo, el uruguayo ejerce de lateral derecho, central, pivote, interior y volante mejor o peor, pero siempre con autoridad, como si jugara montado a caballo, en plan general. Su actitud es inequívocamente la de un jerarca. Camavinga comete errores de principiante en momentos de máxima tensión por, precisamente, desconocer la magnitud de los partidos: no se puede saltar con muelles y sin medir en un balón largo, siendo el cierre del carril izquierdo, en la última jugada de un partido agónico que tu equipo ha conseguido remontar con diez jugadores.

La competitividad es un valor intangible de consecuencias muy reales: los centrocampistas del Madrid, a lo largo de la última década, han destacado por ser extremadamente competitivos en los momentos trascendentales y ahí está la vitrina, llena de títulos. La competitividad es saber elegir y saber cómo respira un partido, conocer las limitaciones de tus compañeros y, sobre todo, las de uno mismo, y entender, emocionalmente hablando, qué es lo que se necesita para ganar un partido.

En su mejor versión fluye como una canción de Otis Redding y hasta levita por el campo, como si surfeara las piernas de los contrarios. El balón, entonces, recuerda la cresta espumosa de una ola. Él lo lleva pegado a la bota, con velcro. Bate líneas con una facilidad inconcebible, puramente atlética

En este sentido, hasta ahora, hemos visto un Camavinga anticompetitivo. En su primer año tenía a Casemiro, a Kroos y a Modric junto a él, de los que aprender, es decir, a la Escuela de Bagdad. En los dos cursos siguientes Valverde relevó a Casemiro y Camavinga pudo disfrutar, en primera fila del patio de butacas, del espectáculo de Kroos exprimiendo las últimas gotas de su talento. Este año le toca a él y ya no hay paraguas. Con su edad un gran futbolista puede perderse en la indefinición. Lleva dentro un Seedorf y sería una lástima que se acabara en Lassana Diarra.

En términos de recursos, como club, el Madrid no puede permitirse derrochar semejante mina de talento en un tiempo en el que este cotiza tan bajo que han regresado al alza las acciones incluso de los minions de La Masía. Su rostro de veinteañero parece tallado en el zinc medieval de los Yoruba, tiene esa expresión hierática y misteriosa de los chamanes y de los emperadores, como si guardara dentro de sí algo que no se pudiera poner en palabras. Pero como dijo una vez el mismo Zidane, magic is sometimes very close to nothing at all.

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