La Colina de Nervión
·13 Januari 2025
La Colina de Nervión
·13 Januari 2025
No, no estoy proponiendo la vuelta ni la dimisión de nadie. No estoy hablando de personas, sino de faros o, lo que es lo mismo, señales. Hay que recuperar las señales del sevillismo. El Sevilla Fútbol Club que vimos el sábado es peor que el Sevilla Fútbol Club real, entendiendo por real las potencialidades de la plantilla actual puestas en evidencia a lo largo de la primera vuelta.
Ciertamente, estos jugadores son un grupo en formación, joven, pero no tan plano y gris como se mostró ante el peor Valencia imaginable. Si hacemos una comparativa con el plantel de hace cuatro años, solo Lukebakio, Suso y Gudelj hubiesen tenido cabida entonces, y no en el once inicial. Pero esto ocurre en cualquier periodo de transición como el que está atravesando ahora nuestro Sevilla Fútbol Club.
El sábado se reunieron en Nervión tres de los íconos que explican los éxitos del Sevilla Fútbol Club del siglo XXI: Pablo Blanco, Monchi y Joaquín Caparrós. Y ellos deben ser nuestros tres faros en estos momentos de dudas y zozobras. Ninguno de los tres faros del sevillismo ha ganado ese estatus desde la zona noble ni desde la dirigencia. Pablo Blanco fue quien construyó una de las canteras más fértiles del fútbol europeo, a orillas de la carretera de Utrera.
Monchi fue el inventor del afamado “modelo de negocio” del Sevilla Fútbol Club y el introductor de la revolución computacional en el fútbol español. Joaquín Caparrós fabricó la horma e inyectó en vena el sevillismo de sangre roja en estado de ebullición. El primero representa las raíces; el segundo, la inteligencia; y el tercero, la sangre.
Ninguno está ahí elevado por ser jugadores de campo, aunque Blanco y Monchi lo fueron, ni por ser directivos, pese a que Monchi también lo fue por un breve periodo de tiempo. Los tres han sido o son empleados del Sevilla Fútbol Club; o lo que es lo mismo, servidores del escudo. Que ningún dirigente o exdirigente olvide que en esas criptas sagradas del sevillismo no cabe ninguno.
Y esto hay que recordárselo ostensiblemente (u “ostentóreamente”, como decía el botarate de su patrón de corruptelas) a algún exdirigente que se quiere apropiar de los méritos de la tríada. Un buen dirigente es quien manda obedeciendo, pero el primer mandato que debe obedecer es mandar. Si ya bastante antipáticos nos resultan los que ejercen el poder, más insoportable es la pelea continua entre los que deben ejercer ese tan necesario como fastidioso ejercicio.
El sevillismo lo cantó en Almería y lo repitió el sábado: Sevilla somos nosotros. Cantera, inteligencia y sangre. No hay más: Blanco, Monchi y Caparrós. Me gustó Rubén Vargas. No me gustó, otra vez, Saúl. Los laterales estuvieron mal. La media fue insulsa. Mereció ganar, pero el problema del Sevilla Fútbol Club no está sobre el césped —estos son ciclos que pasan— sino en la grada; y la solución también.
“Una señal es un acto o estructura que altera el comportamiento de otro organismo y que evolucionó porque ese cambio de comportamiento beneficia al emisor, y típicamente también al receptor»
(John Maynard Smith)