La Colina de Nervión
·29 de novembro de 2024
La Colina de Nervión
·29 de novembro de 2024
Llama poderosamente la atención la diferente forma de vivir la agónica victoria contra el Rayo Vallecano que han tenido la afición y los componentes del Sevilla Fútbol Club. Mientras que el sevillismo expresaba desde la grada su disconformidad con el desempeño cicatero y conformista de los jugadores durante la segunda mitad del encuentro, tanto los futbolistas como el entrenador expresaban en sus comentarios posteriores un llamativo conformismo incoherente con las circunstancias en las que se desarrolló un partido en el que los sevillistas tuvieron no sólo ventaja en el marcador sino además superioridad numérica durante casi una hora por la expulsión de un jugador rayista. Con este escenario por delante, la afición suspiraba en el descanso con contemplar una segunda parte plácida en la que su equipo dominara el encuentro, controlara el balón, sometiera al rival y plasmara todo ello en el resultado final.
Sin embargo, lo que se encontró fue con que parecía que el equipo que jugaba con un hombre menos era un Sevilla Fútbol Club que se veía presionado hacia su área por un diezmado Rayo Vallecano que ofrecía poco más que tesón e ímpetu en su fútbol, evidenciando una obviedad en cualquier competición deportiva: la premisa fundamental para competir es poner la misma intensidad en el juego que tu rival. Pocas horas antes del partido en el Sánchez-Pizjuán, la liga española ya ofreció una muestra evidente de ello: se juega en Balaídos con ventaja de 0-2 del Barcelona ante el Celta, los culés bajan los brazos, dan por ganado el encuentro y en los últimos minutos concatenan una serie de errores, algunos de ellos por un intolerable exceso de confianza, y los supuestamente derrotados resucitan y obtienen el empate.
La única diferencia con el partido entre el Sevilla Fútbol Club y el Rayo es que los sevillistas no disminuyeron su nivel futbolístico por exceso de confianza sino por exceso de agobio. Se notaba en demasía las consecuencias del error de Agoumé en la jornada anterior y las mentes sevillistas se ennegrecían con un nubarrón de temor por perder la ventaja en circunstancias tan favorables de manera que el balón no era un objeto con el que disfrutar de la profesión sino más bien un problema que quemaba en los pies. Nadie asumía el control de la pelota, nadie se desmarcaba para recibirla, nadie se movía para hacerse con eso que consideraban como un regalo envenenado, como bien quedó reflejado en el momento en que Sambi Lokonga realizó un deficiente control cerca de su área que propició un disparo rayista al poste. Miedo en el cuerpo, cabezas agobiadas y toda una grada que silba a unos profesionales que, por muy jóvenes que sean, deberían tener más cuajo, más sangre, más empaque para afrontar los partidos.
Esa falta de madurez es la que hace desconfiar de que la trayectoria del Sevilla Fútbol Club sea ascendente por mucho que los números digan que las dos últimas temporadas son ya un mal recuerdo y que el presente nada tiene que ver con la tenebrosa situación de antaño. A excepción del derbi disputado por un equipo hipermotivado ante tan magna cita, el resto de victorias sevillistas han sido siempre agónicas o, como en el triunfo ante el Español, con un juego ramplón que no deja atisbar nada halagüeño para el futuro. A buen seguro que el juego desplegado por el equipo en sus resultados más favorables no sería firmado por ningún aficionado como el idóneo para superar al Osasuna el próximo lunes, donde nuevamente habrá una oportunidad de calibrar el nivel de esta plantilla que, si bien es cierto que está mermada por las lesiones, no está dando motivos para la confianza.
Un conjunto en el que abundan los jugadores internacionales llamados consecutivamente por sus selecciones respectivas debe tener sobre el papel mucho más juego en sus botas que el reflejan sus resultados y ello no es consecuencia ni más ni menos que de una mentalidad débil que sucumbe con demasiada frecuencia ante el menor envite. Los equipos asumen irremisiblemente la personalidad de quien los dirige, lo cual sitúa la incógnita sobre la cabeza del entrenador, por lo que habrá de ser García Pimienta quien demuestre que el estado de nervio y el agobio que nubla las mentes de los jugadores no procede de su propio carácter. El actual técnico del Sevilla Fútbol Club tiene la mejor oportunidad de su carrera para escalar varios peldaños en el escalafón de los entrenadores españoles y codearse con ‘la creme de la creme’. Es su momento, porque lo cierto es que a día de hoy nadie se imagina a Pimi en el banquillo de un partido europeo, ni siquiera de ese invento ridículo llamado Conference League.