La Galerna
·13 de janeiro de 2025
La Galerna
·13 de janeiro de 2025
Buenos días. El Barça goleó al Real Madrid. Fue en la final de la Supercopa, pero no importa cuando lo leas. El aficionado se está acostumbrando a este oprobio. Pasa por las humillaciones del Barça como quien pasa la ITV, solo que las primeras son bastante más frecuentes. ¿Hacemos recuento? Habíamos ganado cuatro de los últimos cinco mal llamados clásicos, pero la buena racha se quebró con una goleada infame en el Bernabéu, una que recordó un pasado traumático. Pero por lo visto hay alguien ahí que no hace suyos los traumas de la afición, de suerte que el horror se ha repetido.
El madridista se ha levantado hoy con una desazón y una especie de cólera difusa. Cómo puede ser, masculla entre dientes. Decíamos que se ha acostumbrado. Es mentira. El madridista no se acostumbra ni se acostumbrará jamás a perder. Mucho menos a perder contra un eterno rival al que desprecia por sus malas artes. Muchísimo menos a ser zarandeado por él como un pelele. 0-4 y 2-5. Pero esto qué es. Pero de qué vamos. En las empresas norteamericanas, puedes cometer un error, incluso un horror grave. Pero no puedes comentar dos veces el mismo error. No puedes cometer dos veces el mismo error grave. Eso es causa de despido fulminante. Alguien en ese vestuario no tomó nota de la afrenta del 0-4, y se presentó otra vez ante el mismo enemigo con muy parecidos planteamientos y la altivez de pensar que el desastre no podría repetirse. Los desastres se repiten si no aprendes nada de ellos. Ni los jugadores ni Ancelotti aprendieron nada. No aprender es el mayor pecado al pasar por este mundo. Mereces quedar mirando a la pared, de espaldas a la vida o al Madrid, valga la redundancia.
Todo fue un desastre. Solo se salvaron de la quema Courtois y un excelente Mbappé. Lucas Vázquez sufrió un nuevo naufragio defensivo, en parte motivado porque su entrenador puso a ayudarle a un jugador aún menos dotado defensivamente que Lucas. Mendy no pudo con un extraordinario Lamine Yamal. Rüdiger y un nefasto Tchouaméni no fueron capaces de tapar los agujeros. Nadie defendía de mediocampo hacia adelante. Valverde y Camavinga trataban de multiplicarse para tapar esas carencias, pero un error infantil del francés, que cometió un penalti más que absurdo, fue el punto de inflexión que aparejó la condena.
Siempre hemos pensado que Ancelotti es el entrenador perfecto para el Real Madrid, pero esto no está escrito en piedra. Si se empeña en que la actualidad entierre el pasado, dejará de serlo (¿lo sigue siendo?). El equipo, por lo demás, necesita fichajes, en particular en una línea defensiva descorazonadora. Debe acudir al mercado de invierno con urgencia. No es cuestión del Barça. Interpretar lo que llevamos de temporada como si las hecatombes ante el equipo cliente de Negreira fueran la excepción dentro de una dinámica positiva sería un error. Ha habido derrotas lacerantes ante Milan y Liverpool, amén de un empate muy frustrante en el Metropolitano. La sensación ahora mismo es que apenas tenemos posibilidades ante ningún equipo potente. Es verdad que el Madrid tiende a dar un vuelco a las expectativas negativas en virtud del escudo o de la épica, pero ni el uno ni la otra van a resolver siempre la situación.
El Real Madrid vive una era de armonía, pero hay un capítulo donde reina la discrepancia, y ese capítulo es el Barça. La afición detesta a esa institución, paradigma de la trampa, que se compró impunemente el sistema arbitral durante al menos dos décadas. Por esa y por otras vergüenzas pretéritas, el aficionado blanco detesta al Barça, pero no se siente respaldado en ese sentir ni por su equipo ni por la institución. No queda claro si en el seno del club existe consciencia de cómo duelen estos correctivos cuando son aplicados por quienes han hecho del fraude su modus vivendi. El aficionado ve los duelos contra los azulgrana como un enfrentamiento entre el bien y el mal, con la opción de vendetta ante los transgresores de las reglas. La laxitud con la que se preparan estos cara a cara denotan que sus admirados jugadores, entrenador y presidente no lo ven de la misma manera. El Madrid no quiere encarnar el papel justiciero que sus aficionados le exigen.