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La Galerna

·27 de março de 2025

Que empiece el show

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Se me hace largo este parón. Quizá porque mi apego deportivo a la Selección Española oscila entre el desengaño, el tedio o el desapasionamiento. Quizá porque, como en las series de antaño, siempre ponen la publicidad en el mejor momento. Dos, tres semanas para decidir toda una temporada. Como cada primavera, al Real Madrid le llega la hora de la verdad. Su momento. Es decir, el nuestro.

No negaremos que hemos disfrutado de lo que llevamos de temporada. Algunos momentos para el recuerdo, algunas noches épicas, algunos goles para enmarcar. Sin embargo, mentirá quien oculte que también han sido muchas las dudas. Las sensaciones de debilidad, los desconciertos —los goles en el primer minuto—, e incluso algunos partidos incomprensiblemente soporíferos.


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Una de las mejores y peores cosas de ser del Real Madrid es que, a diferencia de otros clubs que quieren y no pueden, no ganarlo todo es siempre un fracaso

Supongo que al principio fue el proceso de adaptación de la nueva plantilla, echar muchísimo de menos a Kroos, y el complicado puzle de casar Mbappé en la nueva ecuación madridista. Después nadie sabe lo que fue, más allá de las bajas, que de todos modos también nos han maldecido en casi todas las últimas temporadas. Pero una vez más, llegado el momento, guardamos lo visto en un cajón del archivo, porque ahora empieza lo que de verdad importa. No es casualidad que la época típicamente madridista sea justo en la que florecen las flores. Por otras corruptas latitudes, festejan títulos en otoño, y en vez de copas y jazmines les dan castañas.

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Una de las mejores y peores cosas de ser del Real Madrid es que, a diferencia de otros clubs que quieren y no pueden, no ganarlo todo es siempre un fracaso. No nos pueden dar a elegir entre la rubia y la morena. Nos gustan todas. Las orejudas, la que levanta los brazos al bailar, la que tiene más agarre que cuerpo —terrible metáfora que esa sea la principal de las que organiza la RFEF—, y hasta la inspirada en los discos de oro de la Voyager, que con tanto interés enseñó Infantino a Trump en la Casa Blanca, mientras el presidente americano miraba por la ventana, bostezaba, y golpeaba la mesa con los deditos.

Se quejaba Ancelotti del calendario y no es para menos, porque los jugadores que hayan conseguido sobrevivir hasta ahora, aunque heroicos, tienen pocas posibilidades de salir con vida del pinball enloquecido de partidos y competiciones que les esperan en las próximas semanas, en un momento en el que además ya no hay tiempo para la duda, ya no hay espacio para los errores. Que el sábado vuelve la Liga, tres días después llega la Copa del Rey, otro achuchón liguero el sábado, y de narices —y espero que con todos los dientes en su sitio— caemos en los cuartos de final de la Liga de Campeones. El resto de esta frenética historia primaveral ya la conoces. Si todo va bien, que es lo que deseamos, será todavía peor, porque aún faltará lo mejor.

Juega a nuestro favor este año la abundancia de bocazas. Nada sitúa en mejor posición al Madrid para ganarlo todo que esta hostilidad general

Juega a nuestro favor este año la abundancia de bocazas. Por alguna extraña razón, las denuncias del Real Madrid sobre los arbitrajes, como si hubiera caído el Espíritu Santo sobre ellos, han desatado la lengua a tipos que solían ser prudentes y educados, y hoy vociferan en todas las lenguas de la tierra, y no precisamente para desearnos buena suerte.

Nada sitúa en mejor posición al Madrid para ganarlo todo que esta hostilidad general —aunque exclusivamente nacional— a la que ya empiezan a tenernos acostumbrados, aunque antes estuviera limitada a quienes pagaron durante 17 años al número dos de los árbitros, y ahora encuentra entusiastas amplificadores de mensajes mimetizados —y un poquito groseros— en los vestuarios más insospechados. Sea. Nos gusta así. Nos gusta ganar así.

Y se me sigue haciendo larga la espera.

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